No hay vuelta atrás; por más que manifestemos nuestro pavor al respecto, esto no se detendrá, y es altamente probable que los Nobel de Literatura, los Grammys o los Óscar del futuro, sean obtenidos por los mejores "creadores" que se valieron de la inteligencia artificial.
La Inteligencia Artificial no tendrá límites para absorber toda la información necesaria a fin de volverse tan infalible como indetectable. Y lo peor de lo indetectable será cuando alguien, en ese futuro tan previsible, quiera convencernos de que su obra es humana -cuando verdaderamente lo sea- y que no se ha valido de la IA para lograr la excelencia que eventualmente hubiere de alcanzar.
Por nombrar algunos, los profesionales del diseño o de la traducción estarán entre las primeras víctimas del fenómeno de la IA: se volverán prescindibles. Y a pasos agigantados la IA irá sustituyendo a poetas y cantautores de carne (o de alma más bien), cuando apenas en su desarrollo, ya casi tan perfectamente bien, ha sido capaz de emular a pintores y cineastas.
Poco a poco, en nuestra condición de espectadores, seremos engañados con "procesos mentales creativos" y "esencialidades humanas"; todo eso simulado a la perfección y a la medida de nuestros requerimientos, como los consumidores insaciables que somos y que lo seremos cada vez más, en búsqueda de la entretención ilimitada (porque finalmente será cuestión de entretención nomás; de alimento para el alma, ni hablar)... Sentir pavor al respecto tal vez sea poco decir.
Sin embargo, esos consumidores del futuro -ya no personas, ya no seres humanos, sino consumidores netos, que están por nacer o que son niños aún- no tendrán la noción que tenemos nosotros hoy de esta tragedia como tal. Es decir, no tendrán noción de haber perdido nada, tampoco de haberles acaecido transformación alguna, pues esta habrán de constituirla y vivirla, sencillamente, a plenitud del sentido con que fue concebida, y más sombrío aún: a plenitud del sentido que adoptará como consecuencia de su condición, acaso deshumanizante.
JFA