Hemos sido testigos más de alguna vez de la fuga que algunos hacen hasta de sí mismos (no hablo de evasiones alucinogénicas). Me refiero a la manifestación de una condición mental, que propicie una circunstancia de cambio, favorable, que nos permita en definitiva crecer. Cierta necesidad de alejarse físicamente del "punto muerto" que no solo significa lugares, sino también personas, para fundar aquello que necesitamos y no lo podemos sino lejos, lejos de lo que hasta entonces ha sido el escenario de la vida que no queremos, ni menos en su crueldad, en su derroche, funesto, inútil...es decir, lejos todo lo que finalmente nos permitió comenzar a tener conciencia de lo contrario, de lo que nos faltaba.
Muchas veces, sin conciencia de lo adquirido, hemos ido modelándonos a nosotros mismos. Fuimos construyéndonos, bien o mal, de un montón de partes que conforman la totalidad del ser que somos. Pero también fuimos construidos por otro y otros más, en la determinante imagen que se tiene de ti, cuando también la tuya propia, en la desorientación, ha alimentado el concepto de haber sido tal cual lo sugerían empoderadamente los estigmas, el estereotipo, y por un período que acaso nunca buscó ser eterno, y que desafortunadamente, tantas veces se hizo tal por una desconexión intelectual entre la raíz que lo perpetuó y la necesidad de salir de allí a tiempo.
A la luz de lo que sabemos también acerca de su vida, advierto algo de esto en la personalidad de Gabriela Mistral en mi relectura de su Lagar, con este poema "La dichosa", que es parte del segmento titulado Locas Mujeres. No sé si fue a tiempo, pero Lucila Godoy, seguramente debió "huir" también. Para fundarse y refundarse a sí misma. Para terminar liberando, además, este regalo de su hermosa obra para nuestra tan placentera posibilidad de descubrirle verdaderamente allí.
Javier Farías Águila
Nos tenemos por la gracia de haberlo dejado todo; ahora vivimos libres del tiempo de ojos celosos; y a la luz le parecemos algodón del mismo copo. El Universo trocamos por un muro y un coloquio. País tuvimos y gentes y unos pesados tesoros, y todo lo dio el amor loco y ebrio de despojo. Quiso el amor soledades como el lobo silencioso. Se vino a cavar su casa en el valle más angosto y la huella le seguimos sin demandarle retorno... Para ser cabal y justa como es en la copa el sorbo, y no robarle el instante, y no malgastarle el soplo, me perdí en la casa tuya como la espada en el forro. Nos sobran todas las cosas que teníamos por gozos: los labrantíos, las costas, las anchas dunas de hinojos. El asombro del amor acabó con los asombros. Nuestra dicha se parece al panal que cela su oro; pesa en el pecho la miel de su peso capitoso, y ligera voy, o grave, y me sé y me desconozco. Ya ni recuerdo cómo era cuando viví con los otros. Quemé toda mi memoria como hogar menesteroso. Los tejados de mi aldea si vuelvo, no los conozco, y el hermano de mis leches no me conoce tampoco. Y no quiero que me hallen donde me escondí de todos; antes hallen en el hielo el rastro huido del oso. El muro es negro de tiempo el liquen del umbral, sordo, y se cansa quien nos llame por el nombre de nosotros. Atravesaré de muerta el patio de hongos morosos. El me cargará en sus brazos en chopo talado y mondo. Yo miraré todavía el remate de sus hombros. La aldea que no me vio me verá cruzar sin rostro, y sólo me tendrá el polvo volador, que no es esposo. Gabriela Mistral |
lunes, 19 de agosto de 2013
Gabriela Mistral: La dichosa
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