No sólo deben “esperar de nosotros”, como cantautores
o creadores o artistas, que los
sorprendamos con nuestro arte, pues, es probable que, como tales, estemos
incompletos... Tanto queremos dar, tanto se espera que demos, como tanto ha de
ser lo que necesitamos para resolvernos de manera útil y brillante frente al
público que espera por una nueva canción auténtica y original. No sólo hablo de
la necesidad de academias, sino de quienes funden cierta condición para “la mística”
por sobre todas las cosas, cierto estímulo colectivo, cierto espacio físico, cierto lugar en el tiempo que vivimos, cierta orientación, cierta
unidad, y lo reitero, “cierta unidad”, para comprendernos desde allí, en esta
especie de cimiento fundamental, bastante más allá que bajo el simple afán de
reconocimiento individualista, y que como tal, es la triste validación en la
dinámica mercantil.
Hablo de quienes estén llamados a sorprendernos a nosotros como
creadores que somos, vale decir, de quienes hayan podido comprender bien de qué se trata
toda esta manifestación artística,
hermanada específicamente con la poesía,
con el pensamiento crítico del hombre involucrado en la reivindicación de
justicia social, con el amor, con el sentido más profundo de la vida… Un
buen ejemplo de lo que necesitamos, pudiera ser, en el ámbito local, lo obrado
por René Largo Farías con su instancia
llamada “Chile Ríe y Canta”, o lo que, desde una perspectiva más amplia aún,
propiciara Ricardo García, en su labor de rescatar y repotenciar los movimiento
existentes y proscritos en dictadura… Es una tarea difícil, es un desafío para
el cual, a nosotros los artistas, no nos alcanza la vida para organizarlo, sólo
para conformarlo y darle un verdadero sentido desde todo lo que allí
maravillosamente pudiera ser activado y como producto de tal estímulo… Un símil a considerar, como ejemplo también,
de gran influencia para el arte latinoamericano, ha sido, hasta nuestros días,
la Casa de las Américas, en La Habana.
La nueva generación de
cantautores está huérfana y dispersa, muy dispersa; y cuando la buena fortuna
resuelve el inconveniente básico de unos u otros, éstos prosiguen su camino bajo
el concepto de un “sueño personal cumplido” y nada más… Aquella línea de la
canción comprometida con los valores que fueran sus primeros motivos de vida,
no termina siendo más que una simple marca, o sólo blasones para ese público
objetivo, consumidores de corrientes efímeras, activadas acaso en las redes
sociales de internet también, en las que finalmente predomina una especie de
sub-moda en favor de una “nueva” materia
de consumo, mas no por lo sustancial, sino por sus aditivos sabrosos, de fácil
atracción o digestión, cual fetiche, ad hoc, por cierto, con el público en
cuestión. Después, productores asociados con el artista “del momento”, lo
someten a estrategias de
posicionamiento, para terminar, por ejemplo, en festivales como Lollapalooza, o
como jurados de la “basura competitiva” de un Festival de Viña del Mar, ambos
ejemplos, por su naturaleza, tan contradictorios -aunque bien remunerados- con lo que fuera aquella primera idea de
lo que quisimos aportar con la canción.
Por todo lo anterior, no sólo
“hay que esperar y esperar más de nosotros”, pues, también debemos recibir: tenemos una necesidad, vital,
absolutamente desatendida; motivo por el cual unos cuántos pudiéramos quedar en
el camino de lo que quisimos dar (más que de lo que quisimos ser), y al cabo extraviarnos en el desconocimiento de la gente, o bien terminar en la vereda opuesta
donde se haya aquel que tan sólo se ha resuelto en “el sueño personal cumplido”,
a partir del cual es muy difícil esperar un desarrollo cultural de trascendencia nacional, más que individual… para nosotros los chilenos, para el mundo.
Sin embardo, cabe tener en cuenta
que lo expuesto, no obstante su incidencia preponderante, es sólo parte de los
obstáculos que enfrenta nuestro artista comprometido con la manifestación
creativa de vocación antimercantil.
Javier Farías Aguila
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