(por Antón Gianelli)
En cierta ocasión se le preguntó a Jorge Amado por qué todo
el mundo lo llamaba poeta cuando él lo que hacía era escribir novelas. La
respuesta, por supuesto, fue excesiva respecto de la pregunta. Amado explicó a
su interlocutor periodístico que eso se debía a que él podía caminar por las
calles de su ciudad y escuchar que la gente así lo llamaba, al tiempo que lo
invitaban a pasar como si tratara de un habitante más de la casa. Algo en el
trabajo de Amado, y de todo “poeta”, es o son las personas mismas. Algo hace
que ellas, a su vez, sientan que la poesía es también su casa. Una casa
habitada por un tiempo en común es quizás la obra de la poesía. Y, en este
sentido, tal vez la gente de Salvador de Bahía no se equivocaba. Quizás, eso
quería decir también Violeta Parra cuando afirmaba que su trabajo era “quedarse
con la gente”.
Durante los días 28-30 de marzo (año 2012) esta vez la casa fue el
Programa de Filosofía, Arte y Cultura de la Universidad ARCIS, y el poeta,
Martín Micharvegas. Allí se dio comienzo a una serie de actividades y homenajes
que tuvieron su momento más intenso en La Sebastiana, Valparaíso, donde este
poeta argentino pudo compartir y leer algunos de sus trabajos, amén de los
reencuentros realmente emotivos que allí tuvieron lugar. Los versos firmes y
definitivos de Raúl Zurita, Juan Cameron, Payo Grondona, y la pluma política –en el pleno sentido de la palabra- y recursiva de Miguel Vicuña aportaron con
sus reflexiones, poemas y canciones a darle una merecida bienvenida a este
cantor y poeta. También el día 28 ya había tenido la oportunidad de compartir
con Eduardo Peralta, Mauricio Redolés, José Ángel Cuevas, César Soto y otros en
la recepción ofrecida en la sala Mario Berríos de la universidad.
A sus 76 años, y con una vitalidad que sólo se explica
“poéticamente”, podríamos decir que cualquier parte de su trabajo serviría como
motivo para “hacer pasar” a Micharvegas. No está demás, sin embargo, apuntar un
par de ellos. En 1972, Micharvegas visitó Chile y se involucró en el movimiento
poético-político de aquellos años. Por entonces, varios de los poetas jóvenes
que repoblaban el paisaje de la poesía chilena, fueron destacados por “Poni”
(como lo llaman sus amigos), autores que terminaron reunidos en la antología
editada por él en Argentina bajo el título Nueva poesía joven en Chile. Además
de los ya nombrados Zurita y Cameron, allí aparecieron poemas de Gonzalo
Millán, Juan Luis Martínez, Omar Lara y varios más. A partir de ahí se puede
decir que Micharvegas no hizo más que estrechar su vínculo con Chile y su
poesía, y de paso, dejar muy claro que aunque a veces no se puede vivir de la
poesía, sólo se puede vivir en ella.
Pero, por otro lado, creo no está demás hacer una referencia
directa al poeta. Tal vez destaque por encima de otros atributos el modo como
Micharvegas se convierte en una invitación para otros. Invitación no sólo a
acercarse a la letra de las canciones o los poemas, sino también a la historia
y promesa de nuestros países. Como otros, Micharvegas es un poeta sin
concesiones y austero, vale decir, riguroso y de frente a el asedio de la
realidad. Carga con la historia latinoamericana de las últimas décadas y parte
de la europea, pero no como un peso o lastre sino como un material de trabajo.
Nada parece haberlo seducido para regresar lo que W. Benjamin llamó la
metafísica de la soledad o del conformismo. Sin ir más lejos, en los días de su
visita, sus conversaciones giraban entorno a la huelga en España, la
nacionalización en Argentina, y de por qué Chile, de algún modo, aún tenía a
sus poetas en la frontera. En algún momento, él mismo sostuvo que antes de la
cadena de “golpes” que terminó por derribar los movimientos sociales de los ’60
y ’70, su trabajo había sido, digamos, “ampliar la casa”. Lo que hasta entonces
había sido parte de la cultura de las elites, comenzó a ser parte de la
conversación y del interés de todos. La poesía se convirtió en algo así como
una invitación irrecusable, y de ahí el riesgo - desgraciadamente vigente -
para algunos. Eso que la poesía lleva como dinamita dentro de sí, es que puede
ser autoconvocante, y preparar el camino para fraternidades nuevas y más allá
de toda familiaridad.
Como prueba de ello, Micharvegas dejó en Chile lazos
inquebrantables de amistad con muchos poetas, pero dejó sobre todo abierta otra
vez la casa de la poesía para las nuevas conversaciones. Un hermoso reflejo de
eso fue un encuentro ya informal en casa de Silvia Rühl, en Valparaíso, luego
del acto en La Sebastiana. Allí se dieron cita al menos cuatro generaciones que
pudieron apreciar de cerca el espíritu más íntimo del trabajo de Micharvegas,
es decir, escuchar de sus propias “notas al pie o erratas”; del papel de la
poesía y del arte en épocas en que su generación intentó balancear la suerte
del siglo XX; de la generosidad que le ganó a la euforia voluntariosa, etc. Y
tal vez más que nada, cómo la poesía no había sido en ese contexto un remedo
disfrazado del pensamiento europeo. Porque, ¿en que otro lugar podríamos hallar
le resistencia y sentido necesario para evitar que la revolución en su momento
no fuera subsumida por los crisoles de la facticidad, vale decir, haber
cambiado su sentido y dirección?
La visita de Micharvegas, de la poesía entendida aquí como
un volver, nos plantea la dificultad de entrar en relación con el pasado pero a
través de una cierta articulación de la actualidad. Pero no como corista de la
eternidad, sino más bien como el barquero entre épocas pasadas y el porvenir.
Viaje de ida y vuelta que o bien nos lleva a la nada o bien al recomenzar. Un
punto, pues, donde pasado y futuro finalmente se alcancen, libres del tiempo
que los separa, en otro tiempo.
Así parece especialmente porque su visita –y de la poesía
con ella– nos vuelven a recordar que, tal vez como en ningún otro país del
continente, aquí las utopías y proyectos políticos, por así decirlo, “tienen
los pies bien puestos sobre la tierra”. Una y otra vez habría que volver a
nuestros poetas para verificar cuan autosuficiente y crítica es la obra –y del
pensar- de la poesía chilena. Lo grande de los poetas chilenos no es
obviamente su origen, sino su potencia para palanquear el presente, no obstante
los esfuerzos por convertirlos en una suerte de “infiltrados” en esta
nacionalidad (ya sea bajo la figura de la “nana”, del “Don Juan”, del
“publicista” o del “humorista”) .
Entonces, podemos decir que Micharvegas ha vuelto, pero no
porque haya pasado tiempo entre su primera visita y la reciente. “Volvemos –diría él– pero no como momias”. Tal vez quiso decir con ello que no nos
volvemos hacia el pasado como quien desempolva los muebles de una casa
súbitamente abandonada y dejada así por años. Sólo da señales se sí un pasado
que no tiene una imagen de referencia, un tipo reconocible para todo tiempo, o,
si se quiere, un archi-tipo como su recuerdo intemporal. Lo que se tiene son
materiales y materialidades que no traducen jamás una presencia definitiva.
Así, la poesía es tal vez la llave para re-crear un imagen del pasado pero con
el supuesto de una herencia consumida. Y, por lo tanto, siempre será ésta una imagen
polémica, controvertida, problemática y hasta paradójica. En una palabra,
quizás, irónica, como el intento de volver a poner los muebles “en su lugar” en
pleno desalojo.
Como poeta Micharvegas no es un extraño en Chile, aunque la
poesía pueda ser extraña para este país. Si algo define el trabajo de un poeta
es andar con su taller a cuestas. Micharvegas dio fe de ello con sus dibujos
bajo el brazo, sus poemas, canciones, pero también con la crítica aguzada con
los años. Su poesía y su canto, además de sus conversaciones, y, por qué no,
hasta su simple compañía son estímulos abrumadores para aceptar la invitación a
trabajar los materiales que van quedando amontonados en los remansos de las
corrientes de los acontecimientos. En cierta forma vuelve porque él mismo es la
invitación. Donde vaya encontrará su propia casa, pues la poesía sólo vive en
la poesía. Pero no al modo erudito, sino en la multiplicidad de voces que la
constituyen. De este modo, el poeta Micharvegas fue invitado para descifrar la
aparente paradoja de que, a fin de cuenta, los invitados éramos nosotros. ¿Y no
es ese justamente la ambición de la poesía, esto es, dejar una interrogación
tan tenaz que el presente sólo pueda abrirse ante la solicitud de un futuro que
“golpea a la puerta”?
Así, cuando alguien llama a la puerta, ponemos en suspenso
la continuidad de lo que estamos haciendo, y nos dejamos atraer por aquello que
espera en el umbral....