Antiguamente, el sastre,
el panadero o el leñador de una comunidad norteamericana tenían derecho a
intervenir en los consejos municipales y a decidir juntos si, por ejemplo, era
conveniente o no construir un puente sobre tal o cual río. Cuando así lo
hacían, no hablaban del puente del sastre, del panadero o del leñador, sino del
puente del pueblo para el pueblo. Cuando hoy, después de deliberar, varias
personas deciden que no hay que destruir el puente hacia el futuro, sólo hacen
lo que hicieron sus antepasados: ejercer sus derechos democráticos.
El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la
conciencia. Günther Anders y Claude Eatherly[1].
Las instituciones no son más que la expresión de aquella forma en que una
época decide organizar su existencia de acuerdo a ciertos principios y normas
que regulen su vida económica, social y espiritual. No se legitiman por el
tiempo que duran. Son siempre no más que una forma social de un tiempo entre
muchos otros. No son, aunque muchos quisieran que así fueran, una manifestación
de una voluntad sempiterna e infalible, ni el reflejo de unas supuestas “tablas
de la ley”. Tampoco son, como ocurre en la naturaleza, creadas ni destruidas
por fuerzas cuyo secreto no le ha sido revelado a ser racional alguno. Más
bien, son sus sueños o pesadillas, como creía el adelantado y apesadumbrado Francisco
de Goya. Bastaría recordar un par de ejemplos históricos para darse cuenta que,
llegado su momento, éstas han debido dar paso, si no a profundas reformas, a su
completa desaparición.
Como decía, los
ejemplos son muchos. El gordo libidinoso de Inglaterra, Enrique VIII,
tuvo que crear una Iglesia ad hoc para
poder separarse y casarse nuevamente con la perturbadoramente bella Ana Bolena. Asimismo, de algún modo, la Iglesia entera debió ser
reformada para impedir que inquisidores como Torquemada y sus émulos -incluidos los actuales-, continuaran
incinerando al mundo fuera de las abadías a través del planeta conocido a la
fecha. Del mismo modo, los reyes y zares -decapitados los unos, y fusilados los
otros- dejaron de ser el reflejo directo de la luz divina sobre la tierra para
que, revolucionarios mediante, se expandiera como reguero de pólvora la idea de
la igualdad y de los derechos por los países que pronto construirían sus modernos
estados democráticos. Y no está demás recordar que la esclavitud, lo mismo que
las encomiendas en este hemisferio, son otras célebres instituciones que también
debieron ser derrotadas para impedir que millones de africanos e indios siguieran
siendo tratados como una sub-especie. Solo en la Guerra Civil de Estados Unidos,
y si aceptamos que fue ese uno de sus motivos, según cifras corroboradas por
historiadores, no menos de 600 mil vidas
se apagaron para liberar a los africanos esclavizados en las plantaciones del
sur.
[1] Este libro contiene la correspondencia entre el
filósofo Günther Anders y uno de los pilotos que bombardearon Japón en 1945,
Calude Eatherly, y que fue el único estadounidense que manifestó su público
arrepentimiento y remordimiento por el asesinato de 200.000 japoneses. Se
convirtió en un verdadero activista, a pesar de los intentos del gobierno por
mantenerlo aislado en un hospital psiquiátrico. Además de Anders, quienes
mantuvieron siempre una activa solidaridad con Eatherly, entre otros, fueron
Bertrand Russell y Robert Jungk, padre éste último del movimiento antinuclear.
Y si hiciéramos una suma
rápida de las víctimas dejadas a partir de la Primera Guerra Mundial hasta la
Guerra de Afganistán (for
export), bueno, ni un meteorito ha hecho tanto por cesar la insignificante
historia que tenemos como especie.
Es por eso que cada cierto tiempo la conciencia de las personas crece o
despierta al mismo ritmo que aumentan los niveles de abuso o injusticia. Sí,
porque aunque algunos pesimistas insistan en recorrer el camino apocalíptico,
la verdad es que, como decía el teológo alemán Lessing, “si frente a ciertas
situaciones no pierdes la cabeza, no tienes ninguna que perder.” Más que un
contenido específico, diríamos que la justicia es en principio una época y una
sociedad que “pierde la cabeza” frente a situaciones ante las cuales no es
posible seguir indiferentes. Y es por eso que las instituciones, como queda
demostrado, son parte de la historia y no la historia parte de las
instituciones.
En efecto, y tal como pensaba el pesimista Hobbes, las peores amenazas para
el género humano provienen por lo general desde el corazón mismo de lo que una
época cree que es la “luz” que los ilumina. Como sabemos, el molde da para
todo. Pero para no desanimarnos prematuramente, digamos que el escepticismo insular
se refuta simplemente en la medida que incluyamos a los propios escépticos bajo
la visión del escepticismo: si todo merece descrédito, no hay razón para creer
en ellos.
Hace poco tuvimos ocasión de ser testigos del vigor de la “bestia
dictatorial”[1]en
medio de un espacio que se supone es el símbolo de la vida democrática e
institucional de Chile. Con motivo del desenfreno con el que actuaron las
fuerzas policiales en contra de manifestantes que principalmente eran estudiantes
secundarios, un jefe de la policía fue llamado al parlamento a que intentara “explicar-justicar”
la evidente transgresión de cualquier atribución policial dentro de un estado
de derecho. No hay ninguna noción o idea jurídica que ponga a la delincuencia
por encima de la ciudadanía, en lo que se refiere al uso de la fuerza por parte
de la policía. En otras palabras, ni el
más abyecto de los delincuentes puede ser tratado como alguien que, si por la
voluntad discrecional de un jefe operativo de la policía que decidiera
suspenderle su calidad de ciudadano de derechos, pudiese ser privado de toda
capacidad de desplazamiento y/o expresión. Para que insistir cuando se trata de
estudiantes y no de delincuentes, aunque es evidente que el problema seguiría
siendo el mismo. Y es importante reparar en esto: no tiene justificación alguna
que una marcha ESTUDIANTIL tenga que ser “asediada” y/o “custodiada” por FFEE
de Carabineros y no “acompañada” de manera preventiva por policías de orden
comunes y corrientes. Eso es lo que cualquiera puede apreciar en las
innumerables manifestaciones a través del mundo que se transmiten a diario por
televisión. Parece que los policías chilenos dejaran de ver a quien tienen
delante y comenzaran, como en un acto de posesión o demencia temporal, a mirar
hacia otro lado o a oír voces. No serían los primeros. Y para los filomilitares
que aún no entienden de qué se trata, baste recordar los comentarios de un
almirante italiano frente a la inclusión de mujeres en la armada de su país, mucho
antes que cualquier otro cuerpo similar. Para él, decía, la incorporación de
mujeres a la marina no era un problema de género sino militar: hay diferentes
formas de disciplina.
En el mencionado encuentro entre parlamentarios y la policía, se vio que luego
de un retórico reproche a la acción de los uniformados frente a los
estudiantes, el policía jefe presente no pudo contenerse frente a lo que a su
juicio era, como antaño, una nueva agresión al corazón del Estado y de su
institucionalidad. No hay que ser mezquinos, y no reconocer que de todos los
que estaban ahí, el único que habló con absoluta transparencia y que sabía
exactamente cual era su papel en la escena fue, precisamente, el jefe de la
policía.
De los otros presentes, incluidos parlamentarios y responsables de DDHH, se
puede decir que sólo se limitaron a asentir con sus cabezas agachadas cuando,
en pocas palabras, el policía jefe dijo que ellos trabajan para el Estado “y no
para los gobiernos de turno”. Es en este punto donde la cosa se pone un tanto esotérica.
Es curioso, por decir lo menos, que una reunión que tenía por objeto las
golpizas a los estudiantes, termine siendo una defensa unánime -por acción u
omisión- de una institucionalidad cuya lengua esencial sólo parecen hablar las
instituciones uniformadas y de orden, quienes tienen el poder de decidir por sí
y ante sí cuándo dicho orden se ha visto transgredido o violentado. Nadie más
que ellos son capaces de entender y “oír” cual es la verdadera naturaleza del
Estado. No importa quién esté delante -en ese caso era el Estado mismo a través
de sus parlamentarios- ni los medios para cumplir su misión.
No sería extraño que, además de la carga ideológica de la antigua Doctrina
de Seguridad Nacional y las nuevas doctrinas de penetración continental, y dada
la infiltración masiva que de un tiempo a esta parte han sufrido las
instituciones armadas por parte de sectas religiosas de toda laya, su idea de
Orden se haya desplazado hasta un punto difícil de determinar, de lo que son
los ideales democráticos, laicos y universales. En una palabra, es necesario
hacer que vuelvan a jugar un papel institucional y democrático, y no
supra-institucional.
Es bueno, entonces, hacer hincapié que desde el 2006 en adelante, han sido
los heroicos jóvenes de Chile los que no sólo le dieron una lección a la nueva
reacción política de este país, sino que ya nadie podría dudar que siguen
siendo hoy un importante impulsor de las demandas de y para una nueva sociedad
en Chile y el mundo. Son ellos los que con su valiente intransigencia están
reeducando al pueblo chileno y a ellos mismos. Son ellos los que han exigido
que sea la voz del pueblo la que tiene que ser escuchada, y no los mensajes de
ultratumba que quieren mantener a las instituciones amarradas y a las autoridades
perdidas en delirios golpistas bajo la forma eufemística y cínica de la tan
mentada gobernabilidad.
El problema que queda planteado a partir de la serie de manifestaciones estudiantiles
primero, y sociales después, es precisamente cuál debería ser de aquí en más el
orden dentro del que se expresen y resuelvan los conflictos de la sociedad de
hoy. Naturalmente, cualquiera que sea éste, debería estar muy lejos de
pretender que “no se mueva una hoja” sin que esté previsto o permitido. Tampoco
se trata de un simple ejercicio memorístico que nos encerraría de nuevo en
definiciones y normas proyectadas desde las conocidas “cuatro paredes”. Más
bien -y he aquí el desafío-, se trata de descubrir cuál es la ley de lo que por
definición no la tiene; aquello cuya única ley es producir permanentemente el
espacio para su interrogación, para el cuestionamiento de su legitimidad. A eso
llamaron los pensadores políticos modernos, soberanía.
Tal vez el dilema pueda ser planteado en esos términos, si pensamos en
quienes son los protagonistas de esta historia reciente. Dicho de esta manera: orden sin soberanía o el orden de la soberanía,
y entonces puede quedar más claro que el problema no es en ningún caso quién es
la minoría o la mayoría, como tanto le gusta esgrimir a las autoridades de
turno y los acomodaticios de siempre, perdiéndose frente al emplazamiento que
está tanto detrás de las demandas estudiantiles como detrás de las advertencias
de la policía.
Entre uno y otro extremo del dilema media hoy por hoy sólo el coraje de una
juventud que reveló enfáticamente que la gran salud de un pueblo se llama Política, cuando no está secuestrada por
mezquinos intereses. Y que mostró
también que era necesario volver a la vieja pregunta acerca de cómo
queremos vivir y quiénes son los más idóneos para llevar el gobierno de la
ciudad, como se plateara a su turno el viejo y querido Platón. Y en este
sentido, a todos esos nuevos chilenos
y chilenas les debemos habernos recordado que para empezar algo hay que partir
por el Principio. Y los únicos que han violentado esa inteligencia básica, son
los gobiernos de la traición rápida y de la complacencia fácil, que siguen
intentando administrar a “la bestia”
desde fuera y dentro de La
Moneda.
No es casual que el fundador de la modernidad política, Emmanuel Kant, haya
dicho que la existencia de dicho nuevo mundo depende en gran medida del valor
de los hombres y mujeres que lo constituyen. Mismo destino espera a la
escritura. Cuán cerca está la política y la escritura, me parece que es algo que
no puede decidirse de antemano, tal como sólo advertimos valor en quienes lo
han manifestado (Y esto teniendo presente en particular el vergonzoso ejercicio
del periodismo y de la “psicotrópica” libertad de expresión criolla).
Y para los que creen que una asamblea constituyente es un salto al abismo,
hay que contestar sin vacilar un momento, que tienen toda la razón. Sólo que,
como lo plateara lúcidamente Roberto Bolaño, hacia el abismo no sólo hay un
camino apocalíptico, sino que uno de aventura. Los que de algún modo hoy “están
ahí”, lo saben porque portan una razón con
historia. Y, por supuesto, como antes de reproducir el trazado del camino hay
que tener el valor de recorrerlo, digamos que el único motivo para ir al abismo,
no hacia el nadir sino hacia el cenit, es “porque está ahí”[2],
y porque sólo esa gratuidad garantiza el ejercicio de una libertad real.
Si queremos mantener el puente hacia el futuro tal como dice el epígrafe
inicial, otorguémosle a los “pingüinos” el inmenso mérito que se han ganado de
ser protagonistas de ese futuro. Ellos son los únicos que han demostrado aquí
tener a todos los héroes revolucionarios y democráticos como sus antepasados
“electivos”. Porque, ¿no es evidente para todos desde hace tiempo que el
Ministerio de Educación es un lugar vacío[3]
(más que “por definición”, “por constitución”), y que cuando nos preguntamos
por las instituciones no nos referimos a “qué” sino “quiénes” son esas
instituciones? Sobre esta sospecha, podríamos iluminar las disputas actuales,
en la mayoría de los casos estériles.
Preguntémonos acerca de quiénes son los que viven y, al mismo tiempo,
encarnan la solución de sus problemas, y llegaremos todos a Roma: el pueblo y
su soberanía.
En otras palabras, los jóvenes son
la avanzada que está ya con un pie más allá de la “conciencia” de una época y de
sus remanentes actuales que se resisten a dejar la escena contemporánea. Y si
alguien se asusta con la perspectiva que ellos han abierto, sólo piense un
momento en estas palabras que Chris Andrews expresara en uno de sus ensayos[4],
a propósito de la construcción de nuevos tiempos testimoniales e históricos: “La
iniciativa de los cambios se atribuye no a un yo director con una meta definida
sino a un espíritu ansioso de libertad, o simplemente a la vida misma.”
EF
(Escuela de Franklin. Revista de instigación política.2013)
[1] Con este nombre, que en adelante se hará
referencia solo como “la bestia”, quiero intentar sintetizar los múltiples y
complejos efectos de los cambios profundos producidos durante y a continuación
-y, tal vez , incluso antes- de la dictadura político-militar de Pinochet.
[2] El recordado militar y montañista inglés George H.
Leigh-Mallory, conocido en el medio de los ociosos que les gusta subir cerros
simplemente como Mallory, contestó ante la pregunta de por qué subir el
Everest, con una frase que lo
inmortalizó y que alejó, con su sello pragmático, todo intento de mistificación
de las cumbres: “Because it is there”.
[3] Al momento de escribir este artículo la titular de
educación, Carolina Smith, se encontraba de vacaciones en Europa, en medio del
contexto de mayor efervescencia del movimiento estudiantil, el cual logró sacar
a la calle a más de 100.000 personas en cada una de sus convocatorias.
[4] “La experiencia episódica y la narrativa de Roberto
Bolaño”, en Bolaño Salvaje, Edición
de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau. Ed. CANDAYA, 2008.
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