Para referirme a Mercedes Sosa, es imposible no
mencionar los elementos valóricos que determinaron su vida, como la
coherencia, la entrega… todos ellos volcados por completo en
el arte, la poesía, la canción, la voz… acaso la más bella que haya tenido el
continente latinoamericano.
Mercedes Sosa y David Pino |
El primer
encuentro que tuve con esta mujer, con esta artista universal, fue cuando yo
apenas era un niño. La vi por primera vez en la televisión chilena, si mal no
recuerdo en el canal 9 de la Universidad de Chile. Era un concierto con
artistas mundiales que habían llegado a Chile a saludar y apoyar al recién
elegido gobierno de la Unidad Popular,
con Salvador Allende como presidente
de los trabajadores.
El concierto
era transmitido en directo, en blanco y negro, desde el Teatro Caupolicán… Para
dicho concierto habían llegado embajadas culturales de muchos países, entre
ellos de Argentina, representada entre otros por una mujer joven, de aspecto
indoamericana, con su cabello largo y negro, vestida simplemente de poncho; no
usaba maquillaje farandulero. Se hacía acompañar de un guitarrista con quien se
complementaba ejecutando, ella misma, un bombo leguero. La canción que ella
cantó no la recuerdo, pero, sí recuerdo que su voz era maravillosamente
hermosa, conmovedora, potente, épica. Su manera de cantar era muy seria, es
decir no hacía ademanes de las cantantes típicas de la esfera banal. Lo que más
me impresionó de ella, era como si de su garganta brotara la voz de todo un
continente, por la forma como entregaba su canto, y por el contenido... El
Caupolicán la ovacionó, y en mí quedó ese recuerdo imborrable de una bella voz.
No la volví a
escuchar ni supe de ella sino hasta el año 1976. Ya para entonces llevábamos
tres años de dictadura militar en nuestro país, donde los medios de comunicación
mostraban sólo la pacata cultura oficial, la mediocridad subordinada y mucho
rock norteamericano. Sin embargo, en algunas radios chilenas comenzaron a
enviar al aire una hermosa voz con unos versos que hablaba de una tal Alfonsina y el Mar, cuya cantante era
acompañada sólo por un virtuoso piano: Realmente me enloquecí con la voz de esa
mujer, el piano, los versos, la forma, la sensibilidad que me hacía hasta
llorar…
Lo primero que
hice, fue ahorrar un par de pesos, escasos en esos años, por mi condición de
estudiante. Corrí a una disquería que se llamaba Ricardo García, donde pude
encontrar un disco de vinilo negro, de 45 r.p.m., donde venía esa canción y en
cuyo reverso contenía otra cosa muy loca y muy nada que ver con Alfonsina y el Mar, se trataba de una
chacarera muy atrevida y progresiva que se llamaba La Oncena: "Me anda
faltando una nota, y no llego a la docena, por eso mi chacarera, ha de llamarse
la oncena". Este contraste de canciones, ritmos y temática terminó por
convertirme en un admirador fiel de Mercedes Sosa. Cada vez que podía ahorrar
otro par de pesos, iba a la misma disquería a adquirir su obra de a poquito,
conformando una colección que más tarde se vino a engrosar con las grabaciones
en cassettes.
Con mis amigos
de mi barrio de Recoleta nos juntábamos los fines de semana a ‘carretear’.
Nuestro carrete consistía en encerrarnos en un gallinero trasero de la casa de
uno de nuestro lote, y allí escuchábamos, bien bajito - por la precaución de que no nos fueran a
escuchar los vecinos, de quienes nunca se sabía que de pronto pudieran ser delatores pro régimen militar- discos de vinilo que todos aportábamos; unos
los de la Violeta Parra y Víctor Jara, otros del
Quilapayún y de Illapu, algunos
traían algo de Joan Manuel Serrat, o
de Chico Buarque; y yo, con mi disco de Mercedes Sosa. Me
acuerdo que todo el grupo se fascinó con Alfonsina y el Mar, y lo escuchábamos
hasta rayar el disco, que era de aquellos que se rayaban hasta con el simple
hecho de mirarlos.
En 1979 llegó
la noticia de que entre tantos exiliados en Europa, de artistas chilenos y
latinoamericanos, también había tenido que partir al destierro, en Francia,
Mercedes Sosa, y desde allá llegaban las canciones que ella grababa, ya fuera
con Quilapayún, con Illapu y con muchos otros. La Radio Chilena tenía un
programa una vez por semana que se llamaba Nuestro Canto, cuyo locutor responsable era precisamente Ricardo García. En ese programa difundían canciones un tanto
atrevidas para el momento político de ese entonces: Pues ‘los milicos’ habían
prohibido a todos los cantantes de izquierda. Sin embargo, el programa y la
radio se arriesgaban una vez por semana con nuestro canto.
La querible, y siempre maternal Negra, mis amigas y yo, felices de
esta oportunidad de compartir junto a ella...
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En 1983
Mercedes Sosa regresa a su Argentina, violentada por dos situaciones muy desgraciadas, por una parte, ese país venía saliendo derrotada de una guerra
contra Inglaterra por las Islas Malvinas, y por otra parte la dictadura militar,
que en ese país también asolaba, estaba viviendo sus últimos estertores.
Mercedes Sosa a pesar de la prohibición que tenía en su país de cantar, mandó a
la mierda tal prohibición y dio una serie de recitales en el teatro Ópera de
Buenos Aires, de cuyos conciertos se editó una obra que la titularon Mercedes Sosa en vivo en Argentina. Ese
concierto marcó mucho nuestro quehacer en los ámbitos artísticos y ciudadanos
en Chile y América Latina, porque las radios chilenas no dejaban de
transmitirlo a cada momento. En nuestra Escuela de Teatro "Q",
tomamos una canción de ese apoteósico concierto, la canción se llamaba Soy pan, soy paz, soy más de Piero, y la incluimos en nuestro primer
trabajo que mostramos al público ese mismo año: No te olvides nunca de tu último optimismo.
En febrero de
1985, teníamos vacaciones durante todo ese mes, de nuestro trabajo en la
compañía de teatro Grupo "Q", y yo, que venía de haber trabajado
intensamente en una obra infantil, Cada niño una historia, había podido ahorrar algún dinero, y lo primero que se
me ocurrió fue ir a la Argentina de vacaciones. Mi obsesión era poder ver a
Mercedes en vivo… y para eso, estaba dispuesto a todo...
Cuando llegué a
Buenos Aires me fui a la Radio Nacional a preguntar por ella, o si alguien
sabía de algún concierto de Mercedes. Un empleado de la radio me dio el
teléfono de la manager personal que Mercedes tenía en ese entonces, Teresa
Tedeschi. Llamé a esta amable señora y le dije que yo era un chileno, que
conocía y seguía la obra de Mercedes y que sólo me iría de regreso a Chile si
asistía a un concierto de Mercedes. Entonces, ella me informó lo siguiente:
"Mirá, si querés ver a Mercedes, ella cierra el Festival de Cosquín el
sábado 11 de febrero, tenés que ir hasta allá". Le agradecí la información
y partí a Córdoba en un tren de tercera clase y contando los pesos, pero no me
importaba nada, mi objetivo era ver a Mercedes Sosa cantar y luego la muerte.
Llegué a
Córdoba muy temprano, me fui a la plaza más central de la ciudad, no conocía a
nadie, el corazón me saltaba por
muchas emociones encontradas en el país trasandino. Vería finalmente en vivo a
Mercedes, me emocionaba ver que Argentina se estaba desperezando con una
democracia, sacándose recién ‘los milicos’ de encima. El país vivía una especie
de carnaval, de destape. Por doquier habían conciertos, ciclos de cine de
películas prohibidas, entre esas pude ver 1900
y el Último tango en París, prohibidas
en Chile por la dictadura. En la plaza me acerqué a un grupo de muchachos
jóvenes artesanos que además de ofrecer sus artesanías cantaban canciones a
viva voz, prohibidas en mi país… Hubo uno de ellos, Rubén, que me invitó a
unirme al grupo, (entre Rubén y yo tuvimos una mirada de amor a primera vista),
me preguntaron de dónde era yo y qué andaba haciendo. Les conté que venía de
Chile y que mi único objetivo era poder ver a Mercedes Sosa. Fueron las
palabras mágicas, los chicos me abrazaron, me invitaron a tomar mate, luego a
almorzar y por la tarde Rubén me invitó a su casa a dormir con él...
Fue el mejor
regalo de cumpleaños de toda mi vida, porque Mercedes cantó en Cosquín
ese mismo día, además, el amor me deparaba otro ser humano maravilloso y
generoso, como terminó siendo Rubén… De todas las canciones que Mercedes cantó
en ese concierto inolvidable para mí, hubo una dedicada a Víctor Jara: "No puede borrarse el canto con sangre
del buen cantor". La emoción me sobrepasaba, y así regresé a Chile
a empacar mis bártulos, mis libros, mis cassettes, mis sueños, mis emociones,
mis miedos, mis planes. Un día de otoño abrí un paréntesis que aún hoy, muchos
años después, no lo he cerrado... Con el correr de este paréntesis he tenido la
oportunidad de ver a Mercedes en vivo después de Buenos Aires varias veces más,
en Sao Paulo, Río de Janeiro, en Bremen
y en Berlín, cuidad, esta última, donde resido desde 1988, un año antes de
la caída del muro.
Hace unos diez
años atrás Fabián Matus, hijo único
de Mercedes, y Coqui Sosa, sobrino de la misma, también cantautor, abrieron un
portal en internet: www.mercedesosa.com.ar , a través del cual le dieron la
posibilidad, a todos sus fans repartidos por el mundo, de poder mandar
mensajes, intercambiar ideas y obras de la cantante. Allí comenzaron a circular
nuestros nombres y desde qué rincón del mundo escribíamos, de tal modo que a
nosotros, los seguidores, Fabián y Coqui, ya nos indentificaban. En octubre del
2008 Mercedes dio un concierto en la Berliner
Philarmonie, una semana antes me llega un mail privado de Fabián
ofreciéndome lo siguiente: “Che Negro
querido, yo sé que vos vas a ir a ver a la Mamma” -que es como la llamaba
su hijo- “así que decíme con cuántas
personas querés ir a verla, que yo te dejaré las entradas en la boletería del
teatro, y si querés pueden venir a saludarla (a Mercedes) personalmente”… Dicho y hecho:
Mercedes nos recibió antes y después del concierto. Allí, ella nos mostró una
canción a modo de ensayo -Amarse Como Antes- que después de
cantarla sólo para nosotros nos preguntó nuestra opinión acerca de la misma;
una muestra de su humildad… Compartimos ideas, emociones, amor, abrazos, besos,
flores y lágrimas de alegría. En un momento del encuentro yo le conté, sin
dobles intenciones, de que tenía pasajes para Rio de Janeiro para el próximo mes
de noviembre del mismo año, a propósito de lo cual ella me dijo:
"Mi niño hermoso, vos ya estás invitado por mí, hablá con Fabián para las
entradas y nos encontramos en Rio, no faltés, eh?". En Rio la fui
a buscar con otra fan brasileira al aeropuerto, ella me reconoció al instante y
nos abrazamos y lloramos de la emoción, entre lágrimas, besos y abrazos nos
invitó a almorzar con ella a su hotel. Luego, al día siguiente, Fabián nos
reservó las entradas en una mesa junto a Raimundo
Fagner y Francis Hime, que
también eran invitados de Mercedes. Estuvimos antes con ella, en su camarín,
intercambiando regalos. Después del concierto nos fuimos con ella y otras
personalidades brasileiras invitadas de esa noche inolvidable, a comer a
Copacabana, en un restaurante pequeñito italiano. Ella estaba visiblemente
cansada, así que se retiró temprano de la cena, se despidió de cada uno de
nosotros e implorándonos de que nos quedáramos haciendo amistades al arrullo
del amor, del canto y la poesía.
Esa fue la
última vez que, en un abrazo tierno de ella misma, se quedó en mi recuerdo Mercedes Sosa… entre las olas de
Copacabana, y el aire perfumado de almiscar…
*David
Pino Moraga fue miembro del Grupo Escuela Teatro “Q”, importante proyecto de
formación teatral en Chile. Actualmente reside en Berlín, Alemania.
Mis preferidas de su repertorio: Cio da terra:
La Oncena:
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