jueves, 13 de marzo de 2008

Un encuentro con Volodia Teitelboim


Febrero 22, año 2007, Volodia me recibe en su casa ubicada en un sector de La Reina, en Santiago de Chile. Me brindó un poco más de una hora de conversación, tiempo que, como era de esperarse, se hizo demasiado breve para mi.

Se notaba mucho su agotamiento físico, pero muy en contraste con su integridad y frescura intelectual, que quedaba en evidencia además por su análisis tan preciso del acontecer político entre otras materias tratadas, literarias también, por cierto, o evocatorias; estas últimas ya me tenían con una expectación muy particular, pues, esperaba que me regalara sus recuerdos (cosa que hizo de forma muy afectuosa) acerca de mi tío abuelo, Raúl Zamorano Vásquez, quien -pocos meses antes de fallecer y que por no tanto no pude conocer- estuvo a cargo de la corrección de pruebas (labor denominada hoy como "corrección de estilo") para uno de sus ensayos más destacados, Hombre y Hombre, publicado en 1969.

El gato que aparece en esta fotografía es el mismo que, luego de un descuido nuestro -mientras conversábamos- comenzó a beberse el vaso de jugo que Volodia tenía sobre su escritorio, luego de lo cual, habiendo advertido el hecho sólo yo, lo aparté de allí con delicadeza, intentando no distraer la conversación. Era su gato compañero, y seguramente mimado por él al punto de sentirse con la confianza absoluta de merodear sobre su escritorio mientras trabajaba, leía, o charlaba con sus visitas. 

Aproximadamente media hora después de haberme retirado de su casa, divagando aún con mi felicidad de este encuentro personal con Volodia, me acordé de pronto del episodio del gato y busqué con urgencia un teléfono público para advertirle a su asistente de aquello... y lo hice, pero no supe si el aviso fue oportuno, de modo que Volodia, probablemente, terminó de beber el mismo jugo que ya había comenzado a degustar su gato.  

Hago memoria de este encuentro, a un año y algo de que nuestro gran documentalista literario me recibiera... Tuve pudor de llevar una cámara fotográfica (no lo hice) para luego pedirle un testimonio gráfico juntos, al cabo del encuentro; esa foto para la que seguramente tuvo una disposición incansable por cuánta gente le solicitó lo mismo (tiempo después me arrepentí de no haberlo hecho, cuando su amigo, Luis Alberto Mansilla, editor de LOM, me comentó que aquello nunca le complicaba), en fin... Volodia ha sido un testigo fundamental (por su testimonio escrito) y a la vez un actor importante entre los sucesos políticos y literarios que definen nuestra historia reciente en ambos aspectos. ¡Cómo no estar orgulloso de referirme a este encuentro!... Más aún cuando, siendo niño, escuché tantas veces su voz profunda, alentadora y cálida (distorsionada a ratos por las fluctuaciones de la onda corta), a través de aquellas transmisiones inestables, aunque fascinantes, de "Escucha Chile", programa radial que junto a Katia, la conductora rusa, hacían desde radio Moscú.

Un día 31 de enero, de 2008, Volodia se tuvo que retirar de su cuerpo agotado, pleno de pasiones transitadas pero con muchas ganas de seguir concretando tantas otras germinaciones literarias que me comentó tener en mente, y para las cuales, por su magnitud, ya comenzaba a ser necesario traspasar de manera imposible ese límite físico, brutal, al que nos condena la vida cuando -no obstante los años transcurridos- la percibimos aún apenas comenzando... 



Javier Farías Águila