viernes, 29 de julio de 2016

El hombre extraño de Silvio Rodríguez y de Umberto Eco

Leyendo el libro de Umberto Eco, El nombre de la rosa, imaginé que Silvio Rodriguez, de alguna manera, se inspirara en esta parte del relato -la que reproduzco a continuación- para crear esa canción tan hermosa, titulada "El hombre extraño"... Lo que no es extraño, porque alguna vez creo haberle escuchado una impresión elogiosa, en alguna entrevista, acerca de esta obra literaria, extraordinaria por demás.
(Si lo recuerdo bien, en su concierto multitudinario en el Estadio Nacional de Chile, esta canción la cantó luego de dedicarle el concierto a Víctor Jara...)

Bien, acá el extracto (a poco de iniciar el capítulo titulado Hacia Nona / El nombre de la rosa):

-Es un hombre... extraño -me atreví a decir.
-Es, o ha sido, en muchos aspectos, un gran hombre dijo Guillermo-. Pero precisamente por eso es extraño. Solo los hombres pequeños parecen normales. (...)

Lo que me interesa destacar acá es esta forma maravillosa de relación, de derivación, o de correspondencia entre las obras de arte, en este caso entre la literatura y la canción.

Era extraño aquel hombre,
o por tal lo tomaron,
porque besaba todo
lo que hallaba a su paso...


Javier Farías Águila





jueves, 28 de julio de 2016

Presentación para "Música a un metro"

Hoy fui parte de este proceso cantando una versión especial que hice para 2 canciones, fusionadas entre sí: Bueno. ¿Qué más? y Me estoy muriendo de a poquito, pertenecientes a nuestra producción Qué fue todo esto... 

El jurado estaba compuesto por Juan Pablo González, director del Instituto de Música de la U. Alberto Hurtado; Claudio Narea, ex integrante de grupo Los Prisioneros; Carmen Valencia de Universal Music; y Claudio Vergara, sub editor de espectáculos del diario La Tercera.

En las próximas semanas sabremos nuestra suerte en esto. Recordemos que se trata de un concurso para disponer de las instalaciones del Metro de Santiago, a fin de efectuar conciertos, por el período de un año, autorizados por la empresa. Interesante iniciativa que nos permitirá llegar a más gente con nuestra música.

Comparto algunas fotografías (entrevista, presentación y sesión de fotos), y más abajo un video de mi presentación entre otras publicado en twitter del Metro:

Javier Farías Aguila






















lunes, 18 de julio de 2016

He dormido en una banca.

He dormido en una banca de estación de trenes. 
Toda la inspiración pasó por el frío de estar allí.
Una melodía me rondaba con su guiño de soledad.
¿Cuál el desamparo de estar así contigo mismo?
La condición aquella era un mensaje para la muerte:
¡no temo! era de aquello que faltaba por vivir.

La verdadera soledad es el abandono propio.
Yo estoy acá para vivir y contar más bien lo que me falta:
lo que tengo sigue siendo poco, y cada vez menor a lo que intuyo.
Debo transitar por donde nadie comprende lo que debo.
Ni yo siquiera salvo por las señas de un lugar remoto
que pugna por ser hallado en su confusa coordenada.

Javier Farías Aguila




viernes, 1 de julio de 2016

Retrato polvoriento. (Luis Emilio murió en Moscú, o más bien vivió...)

Luis Vergara Zamorano, hijo de Graciela Zamorano, la "Chela" (hermana mayor de mi abuela), un día se fue al país donde hasta la mujer menos bella es hermosa: Rusia... No sé si esto, precisamente, fuera la motivación de fondo o de paso para su viaje, pero hay que destacarlo, pues se supo de su debilidad por las mujeres. Sin embargo, antes, después o por consecuencia de tal debilidad, se hizo militante comunista. Entonces, naturalmente, su sentido de la aventura, su destino, muy pronto apuntaron hacia la Unión Soviética.

Luis Emilio, como se puede apreciar de nombres evidentemente nada de casuales, o Lucho, como le decían, era casado en Chile con Consuelo, quien fue la madre de sus dos hijos, una niña y un niño, y ambos aún lo eran cuando su padre, tal vez a fines de los 60 o principios de los años 70 (no tengo aún la información exacta), abandonó el país con destino a Moscú, para no regresar jamás...

Pasando los años, cuando más aún se produce el golpe de Estado en Chile, terminó volviéndose imposible su regreso. Es un misterio cómo fue su vida allá, pero hay certeza documentada de su muerte eso sí, y por causas naturales... Al parecer, no tenía intención de volver, y Consuelo, su esposa -y lo cuento como para seguir aportando a la historia exquisita- se refugió en su cuñado (hermano de Luis), Carlos, con quien establecieron una relación de pareja. Me imagino que el conflicto familiar radicaba en una suerte de abandono por parte de Lucho, y probablemente, éste invocara razones de seguridad frente a su imposibilidad de regresar, o de establecer un punto de contacto, siquiera por cartas, para mantener a su familia chilena al tanto de sus pasos.

Todo indica que Lucho murió feliz de "naturaleza humana": aquella del hombre intenso... Hay humor en esto, y bastante menos drama de lo que se presume por consecuencia (hijos y mujer abandonados), pues aquello de la belleza rusa -por la cual sin duda alguna se embelesara- se insinúa como la razón fundamental de los hechos.

Pero, Lucho debe estar reclamando justicia en mi pequeño relato, y seguramente querrá que no ponga en duda tampoco ni sus pasiones políticas ni sus convicciones habidas, las cuales probablemente vieran en la Unión Soviética      -como así mi padre un día- la fascinación del hombre construyendo para el hombre en términos solidarios, intentando con decisión un camino poderoso en aquel entonces, y distinto, contrapuesto al menos al orden creciente del frío capital; todo lo cual, nuestro Luis Emilio (el histórico también es nuestro), elucubraba como su identificación definitiva, y que no es ajeno y más bien la base, al concepto del hombre "enamorado", y en todos los sentidos y los sinsentidos también, así cual fuera él: la libertad que se defiende como un gato sin advertir los arañazos repartidos hasta para quien ama...

Cuando me toque visitar Moscú, que es parte de mis planes, y que espero pronto se concrete, buscaré mediante la documentación del caso, la tumba de Luis Emilio, para establecer la conexión final visible de su historia que nos pide ser contada, aquella que se esconde en la mirada de un retrato polvoriento... o que habrá de iluminarme tras interrogar sus huesos, acaso verdaderamente... ¿haya muerto?


Javier Farías Aguila