miércoles, 15 de octubre de 2014

Esta locura transitoria...

La mayor trascendencia de nuestra existencia, es justamente su intrascendencia, es decir, la muerte... 

La vida no es más que una conexión física y limitada con tan sólo una parte de la realidad, te lo han dicho los documentales de televisión, las revistas o aquellos "libros de divulgación" que te prodigan una idea a salvo de magulladuras y discusiones tras aquella exploración de culos al sofá un domingo cualquiera por la tarde, con el refresco a mano, y el control, siempre el control, y lo peor, tu posterior convencimiento...  

La sombra de la muerte no es tal. Y lo que habrá de ser no importa más que para un ejercicio de conjeturas al cabo de la satisfacción, cuando el ocio es una condición exquisita para sentirnos algo así como un Dios

La importancia de tu cuerpo no ha sido más que la fuerza bruta para abrirte paso en un recuerdo que más tarde se desvanecerá, "un nudo que se deshace si es de arena"... 
Entonces, ¿a qué viene aquello de la supervivencia?: Tendrá sentido en el discernimiento, si por el sinsentido de un tiempo transcurrido, descubriéramos que el dióxido aquel, y la misma mierda tal vez, por eventos insospechados, acudieran a la formación o destrucción acaso de las estrellas, para continuar con la cuestión aquella del hambre, de los sentidos, desde este lado o más allá del agujero, y desplegando nuevamente la razón más poderosa del que por consecuencia vuelva a ser lo sido: ¡Fornicar!... Para continuar en un para qué, sino para lo que por un sesgo te digo, te dicen, te dirán, que fue. 


Javier Farías Aguila



Entrada al camino a Quintay, Valparaiso.