martes, 4 de septiembre de 2012

Agapito Alarcón, el ermitaño de la cuesta Lo Prado


En julio de 2007 supe la existencia de un ermitaño en la cumbre de la cuesta Lo Prado, camino antiguo a Valparaíso, a 11 kilómetros de Santiago.  Y según nos contaba este mismo personaje, vivía allí desde 1990.

Su nombre, tan singular como su decisión de vivir solo en "la punta del cerro", es Agapito Alarcón, quien, por aquellos días en que lo conocí, ya tenía aproximadamente 65 años de edad, aunque aparentaba  más años en el rostro, no así en su estado físico, pues se mantenía ágil y delgado de tanto subir y bajar la topografía propia de todo cerro. 

Agapito Alarcón, cuyo tercer apellido, si mal no recuerdo era Vivanco, vivía de la recolección -aunque habría que decir depredación- de la tierra de hoja, que a diario, bajo la tupida forestación de boldos, litres, quillayes y otras especies, juntaba para echarla dentro de unos sacos que almacenaba bajo la copa de los árboles por tiempo indefinido, y que posteriormente vendía a quienes con el paso de los años se fueron convirtieron en sus clientes habituales. 

Digo "depredación" porque en nuestro país, por protección del equilibrio natural en la ladera de los cerros forestados, se encuentra estrictamente normada por ley la extracción de la tierra de hoja...

Sin embargo, Agapito, ajeno a toda norma de preservación ecológica, hizo de esto su actividad por años y años; y se jactaba incluso de algunas de las buenas ventas que tenía, mostrándonos a menudo una significativa cantidad de billetes que extraía de sus bolsillos entierrados como prueba de ello. La mayor parte de este dinero, según decía, lo destinaba para su única hija y para su ex mujer, a la que se refería como "la Coti", ambas a quienes aseguraba visitar cada cierto tiempo en Santiago.

Descendía una vez al mes a la ciudad, a fin de cobrar su pensión estatal, y comprar además los alimentos necesarios para la subsistencia en el cerro. Sin embargo, algunos de estos alimentos, así como el agua, los obtenía de sus mismos compradores de la tierra de hoja, o de aquellos como yo, que solía dejarle algo de pan y un par de bidones de agua cada vez que con propósitos deportivos y contemplativos llegaba por ahí, en fin. El asunto es que a pesar de su vida de ermitaño tenía familia en la ciudad, esto según sus palabras; no nos constaba en realidad.

Agapito Alarcón nos dijo una vez  -y de esa manera poco descifrable que lo caracterizaba, dado su cada vez más limitado uso de la palabra (como consecuencia de la soledad)-  que llegó a vivir allí proveniente de las faenas mineras del sector. El dueño legal de estos terrenos, que no era él desde luego, lo autorizó, o más bien le encomendó custodiar su propiedad, la que suma una cantidad importante de hectáreas, quedándose Agapito allí, en ese punto, casi en la cima de este cerro, donde finalmente construyó con desechos de madera, latas, portones, ventanas, bigas, y techo de segunda mano, su casa, que en estricto rigor más bien es lo que se denomina como una "rancha" (menos que casa).

Vista del cerro, en su parte más alta, desde la casa de Agapito.
Es un lugar lleno de árboles, un bosque de cerro. Por ello es que consta de una cantidad importante de especies vegetales, animales pequeños y tantas aves como la abundancia de sus cantos; estos últimos se mezclaban con el sonido de las hojas agitadas por el fuerte viento de allí, una agitación que sugiere paz. 

Lugar donde además se tiene una vista privilegiada desde esa altura, tanto hacia los cerros y valles en dirección a la costa como hacia Santiago mismo, que en realidad pasa desapercibido con la visión imponente que se tiene más allá, de la infranqueable cordillera de los Andes.

Hay muchos conejos o liebres allí. Estos escurridizos animales motivan la presencia y el movimiento de los cazadores nocturnos, tanto humanos como animales... Se dice que hubo alguna vez más zorros que los que actualmente tan sólo nos permiten ver sus fecas. En cinco años no he visto ninguno. Solo salen de sus madrigueras por la noche. Pero la tarántula chilena, la que conocemos por el nombre de "araña pollito", sí que se deja ver bastante, sobre todo en verano.

La condición de ermitaño de nuestro personaje, Agapito Alarcón, es la que me tiene hablando de él. Pero, ahondando en las implicancias de esta condición, cautiva mi interés su decisión además, que ha sido de aquellas profundamente determinantes para el ser humano, casi como la que toma un sacerdote al adoptar un retiro espiritual o penitencia permanente: vivir solo, y por más de 18 años. No es algo menor... Esto me produce un respeto hacia este hombre. Pienso en sus noches, bajo la total soledad humana y con la imposibilidad de pedir ayuda para lo que fuera. ¿No tendrá temores? ¿los venció?... 

A veces no tenía ni pan. Y si le faltaba la carne, aparte de cazar conejos -y espero estar equivocado- lamentablemente he sospechado que echaba mano a alguno de sus perros de turno. Sí, porque vimos que estos no permanecían mucho tiempo con él. Desaparecían algunos y llegaban otros. Eso sí, supe de uno al que le tenía mucho afecto, y por el que creo haber notado su profunda tristeza cuando nos contó de que había muerto víctima de una trampa para conejos. Era el "Topo", un pequeño perro blanco, muy lanudo, que yo lo vi corriendo tantas veces, muy feliz seguramente, de tener tanto espacio para olfatear y marcar su territorio... Un día nos llevó al lugar exacto donde poco a poco solo iba quedando el pelaje blanco, soplado por el viento, de su pequeño compañero muerto. Nos insinuó que de pena, no se atrevió a sacar su cadáver de aquella trampa donde lo descubrió varios días después de haberlo perdido. Ya tarde.

Al cabo de una de las jornadas de nuestra visita por la cuesta, al atardecer, nos invitó a compartir junto a él un té y un trozo de carne de cerdo asada. Y es curioso, porque a mi que solo me gusta el té preparado con la infusión de sus hojas a granel y no en bolsitas, es decir lo prefiero directo de la tetera, justamente este estaba preparado así, y calentado en la orilla de los restos de fuego que quedó después de asar la carne. Esa carne debe ser una de las más sabrosas que haya comido, y el té, a pesar de mis dudas por la evidente mala higiene en el tazón en el cual nos lo ofreció, resultó muy delicioso también. Obviamente, de aquellas aprehensiones mías no le hice demostración alguna, para no ofender su hospitalidad, que por demás la percibí muy sincera.

En otra oportunidad, quise impresionarlo gratamente llevando mi guitarra para cantarle, pero fue un mal momento, justo era el día de un importante partido del Colo, y él no despegó la oreja de la pequeña y chirriante radio a pilas donde escuchaba, con mucha atención, ese relato futbolero.

Yo sigo visitando este lugar, pero de Agapito sólo quedó su "rancha", algunos de sus utensilios y algo de su ropa desparramada alrededor. También hay rastros de visitantes no deseados e irrespetuosos con lo ajeno. El ya no vive ahí. Era ermitaño pero no tonto: sucede que los dueños del cerro (tal vez los nuevos propietarios) cerraron el acceso a todo vehículo un par de kilómetros antes, desde donde se llega hasta su casa por un camino de tierra. Siendo éste el acceso principal, por cierto que se hizo imposible que continuara vendiendo la tierra de hoja, que en definitiva era su sustento, y al mismo tiempo perdiendo la posibilidad de obtener algún abastecimiento de cosas básicas a través de quienes le compraban. Y por lo tanto, ese largo "retiro espiritual", esa valentía, esa decisión perentoria, esa soledad en la que te encuentras a ti mismo por obligación (hasta el hartazgo), esa distancia con la civilización urbanizada y el resto de los seres humanos, seguramente, ya no tenía sentido para él.

Camino de tierra hacia "la rancha"
Por ahí me dijeron, algunos amigos que también lo conocen, que una vez lo encontraron de paso por su "rancha" y que les contó que después de contraer algunas complicaciones de salud, tuvo que irse a la ciudad para recuperarse con cuidados médicos. A lo mejor lo cuida su mencionada "Coty"... Pero la verdad es que ignoramos completamente su paradero actual. 

Es altamente probable que nunca llegue a encontrarse con esta historia escrita y gráfica sobre él, por lo que no podrá indicarnos dónde ubicarle, a fin de que pudiera contarnos cómo ha sido este cambio tan drástico luego de su soledad por más de 18 años, este de volver a la vida social quizá, lo que probablemente le esté resultando peor que la enfermedad que padeció o que padece.  

Al final, lo único irrefutable que podemos concluir respecto de este personaje, es que fue un genuino ermitaño. Eso sí, hay que agregar que nunca fue, como "idealizadoramente" lo pensé en algún momento, un guardián de la maravilla natural que lo rodeaba día y noche, pues, en los alrededores de su casa, descubrimos muchas bolsas plásticas vacías, sucias y desechadas, a merced del viento que las terminaba de esparcir, producto de su descuido de tan solo tirarlas donde fuera...

¿Se cansó de ser ermitaño? ¿Vive aún? ¿Sufre porque lo privaron de "su cerro" y de aquella soledad?... no lo sabemos... por el momento.  



Javier Farías Aguila



Vista de la casa de Agapito hacia Santiago.
Aquel hilo luminoso del atardecer corresponde a la carretera
Santiago-Valparaíso

Vista frontal de "la rancha"








Vista hacia Cordillera de Los Andes que se aprecia al fondo.


















Acceso a la casa o "rancha" de Agapito.

Vista hacia el Valle en dirección a la costa desde
la casa de Agapito


5 comentarios:

Nero dijo...

Javier, tomo tu nota como un regalo, por la fecha en que lo publicaste (cumpleaños) y porque cada vez que paso por la casa de Agapito, pensaba y pensaba en quien podría vivir ahí y si es que aun lo hacia.
La casa siempre se veia muy descuidada y nunca, desde que voy a entrenar al cerro bustamante, vi a alguien morar ahí.

Seria muy interesante saber en que estará Agapito al día de hoy. Seria un lujo ahondar en los temas que tu mismo mencionas, respecto al salto de vivir con la sociedad, luego de 18 años de absoluta soledad y en un lugar donde muchos desearíamos tener la valentía que tuvo el, para vivir en pleno cerro y en contacto pleno con la naturaleza.

Gracias.

Atte. Gary Apablaza Moya

Unknown dijo...

estimados, vivo y trabajo en la comuna de tiltil, en esta localidad hace poco tiempo llego un anciano con el nombre de Agapito Alarcon , el tiene 78 años y es un caso social muy conocido en la comuna, la ultima vez supe que esta en el hospital de tiltil como paciente social, quizas ahi puedan saber mas de el, si fuese la misma persona, contactense con el asistente de ese centro asistencial.

LIBRESENCIA Javier Farias Cantautor dijo...

Gary, gracias por compartir tu impresión respecto de esta historia cuyo espacio físico, que tú también conoces, aún se haya sin ese morador tan peculiar del hablamos...

LIBRESENCIA Javier Farias Cantautor dijo...

Unknown: Agradezco la información que nos aportas respecto del posible paradero de nuestro personaje. Quise aventurarme por Til Til a poco de tu comentario, pero al final nunca pude (a esta altura ya lo supongo demasiado tarde). Te cuento, o les cuento, que dentro de poco subiré un video de Agapito, que registré hace unos años, a lo mejor ahí tú mismo me dirás si efectivamente era aquel del hospital de Til Til.

Nero dijo...

Ojala alguien de Til Til pueda corroborar si es efectivamente Agapito Alarcon! Esta historia es buenisima, digna de mayor profundidad.

Saludos!