domingo, 10 de febrero de 2013

Alguien golpea la puerta

(por Antón Gianelli)

En cierta ocasión se le preguntó a Jorge Amado por qué todo el mundo lo llamaba poeta cuando él lo que hacía era escribir novelas. La respuesta, por supuesto, fue excesiva respecto de la pregunta. Amado explicó a su interlocutor periodístico que eso se debía a que él podía caminar por las calles de su ciudad y escuchar que la gente así lo llamaba, al tiempo que lo invitaban a pasar como si tratara de un habitante más de la casa. Algo en el trabajo de Amado, y de todo “poeta”, es o son las personas mismas. Algo hace que ellas, a su vez, sientan que la poesía es también su casa. Una casa habitada por un tiempo en común es quizás la obra de la poesía. Y, en este sentido, tal vez la gente de Salvador de Bahía no se equivocaba. Quizás, eso quería decir también Violeta Parra cuando afirmaba que su trabajo era “quedarse con la gente”.

 Durante los días 28-30 de marzo (año 2012) esta vez la casa fue el Programa de Filosofía, Arte y Cultura de la Universidad ARCIS, y el poeta, Martín Micharvegas. Allí se dio comienzo a una serie de actividades y homenajes que tuvieron su momento más intenso en La Sebastiana, Valparaíso, donde este poeta argentino pudo compartir y leer algunos de sus trabajos, amén de los reencuentros realmente emotivos que allí tuvieron lugar. Los versos firmes y definitivos de Raúl Zurita, Juan Cameron, Payo Grondona, y la pluma política –en el pleno sentido de la palabra- y recursiva de Miguel Vicuña aportaron con sus reflexiones, poemas y canciones a darle una merecida bienvenida a este cantor y poeta. También el día 28 ya había tenido la oportunidad de compartir con Eduardo Peralta, Mauricio Redolés, José Ángel Cuevas, César Soto y otros en la recepción ofrecida en la sala Mario Berríos de la universidad.

A sus 76 años, y con una vitalidad que sólo se explica “poéticamente”, podríamos decir que cualquier parte de su trabajo serviría como motivo para “hacer pasar” a Micharvegas. No está demás, sin embargo, apuntar un par de ellos. En 1972, Micharvegas visitó Chile y se involucró en el movimiento poético-político de aquellos años. Por entonces, varios de los poetas jóvenes que repoblaban el paisaje de la poesía chilena, fueron destacados por “Poni” (como lo llaman sus amigos), autores que terminaron reunidos en la antología editada por él en Argentina bajo el título Nueva poesía joven en Chile. Además de los ya nombrados Zurita y Cameron, allí aparecieron poemas de Gonzalo Millán, Juan Luis Martínez, Omar Lara y varios más. A partir de ahí se puede decir que Micharvegas no hizo más que estrechar su vínculo con Chile y su poesía, y de paso, dejar muy claro que aunque a veces no se puede vivir de la poesía, sólo se puede vivir en ella.

Pero, por otro lado, creo no está demás hacer una referencia directa al poeta. Tal vez destaque por encima de otros atributos el modo como Micharvegas se convierte en una invitación para otros. Invitación no sólo a acercarse a la letra de las canciones o los poemas, sino también a la historia y promesa de nuestros países. Como otros, Micharvegas es un poeta sin concesiones y austero, vale decir, riguroso y de frente a el asedio de la realidad. Carga con la historia latinoamericana de las últimas décadas y parte de la europea, pero no como un peso o lastre sino como un material de trabajo. Nada parece haberlo seducido para regresar lo que W. Benjamin llamó la metafísica de la soledad o del conformismo. Sin ir más lejos, en los días de su visita, sus conversaciones giraban entorno a la huelga en España, la nacionalización en Argentina, y de por qué Chile, de algún modo, aún tenía a sus poetas en la frontera. En algún momento, él mismo sostuvo que antes de la cadena de “golpes” que terminó por derribar los movimientos sociales de los ’60 y ’70, su trabajo había sido, digamos, “ampliar la casa”. Lo que hasta entonces había sido parte de la cultura de las elites, comenzó a ser parte de la conversación y del interés de todos. La poesía se convirtió en algo así como una invitación irrecusable, y de ahí el riesgo - desgraciadamente vigente - para algunos. Eso que la poesía lleva como dinamita dentro de sí, es que puede ser autoconvocante, y preparar el camino para fraternidades nuevas y más allá de toda familiaridad.

Como prueba de ello, Micharvegas dejó en Chile lazos inquebrantables de amistad con muchos poetas, pero dejó sobre todo abierta otra vez la casa de la poesía para las nuevas conversaciones. Un hermoso reflejo de eso fue un encuentro ya informal en casa de Silvia Rühl, en Valparaíso, luego del acto en La Sebastiana. Allí se dieron cita al menos cuatro generaciones que pudieron apreciar de cerca el espíritu más íntimo del trabajo de Micharvegas, es decir, escuchar de sus propias “notas al pie o erratas”; del papel de la poesía y del arte en épocas en que su generación intentó balancear la suerte del siglo XX; de la generosidad que le ganó a la euforia voluntariosa, etc. Y tal vez más que nada, cómo la poesía no había sido en ese contexto un remedo disfrazado del pensamiento europeo. Porque, ¿en que otro lugar podríamos hallar le resistencia y sentido necesario para evitar que la revolución en su momento no fuera subsumida por los crisoles de la facticidad, vale decir, haber cambiado su sentido y dirección?

La visita de Micharvegas, de la poesía entendida aquí como un volver, nos plantea la dificultad de entrar en relación con el pasado pero a través de una cierta articulación de la actualidad. Pero no como corista de la eternidad, sino más bien como el barquero entre épocas pasadas y el porvenir. Viaje de ida y vuelta que o bien nos lleva a la nada o bien al recomenzar. Un punto, pues, donde pasado y futuro finalmente se alcancen, libres del tiempo que los separa, en otro tiempo.

Así parece especialmente porque su visita –y de la poesía con ella– nos vuelven a recordar que, tal vez como en ningún otro país del continente, aquí las utopías y proyectos políticos, por así decirlo, “tienen los pies bien puestos sobre la tierra”. Una y otra vez habría que volver a nuestros poetas para verificar cuan autosuficiente y crítica es la obra –y del pensar- de la poesía chilena. Lo grande de los poetas chilenos no es obviamente su origen, sino su potencia para palanquear el presente, no obstante los esfuerzos por convertirlos en una suerte de “infiltrados” en esta nacionalidad (ya sea bajo la figura de la “nana”, del “Don Juan”, del “publicista” o del “humorista”) .

Entonces, podemos decir que Micharvegas ha vuelto, pero no porque haya pasado tiempo entre su primera visita y la reciente. “Volvemos –diría él– pero no como momias”. Tal vez quiso decir con ello que no nos volvemos hacia el pasado como quien desempolva los muebles de una casa súbitamente abandonada y dejada así por años. Sólo da señales se sí un pasado que no tiene una imagen de referencia, un tipo reconocible para todo tiempo, o, si se quiere, un archi-tipo como su recuerdo intemporal. Lo que se tiene son materiales y materialidades que no traducen jamás una presencia definitiva. Así, la poesía es tal vez la llave para re-crear un imagen del pasado pero con el supuesto de una herencia consumida. Y, por lo tanto, siempre será ésta una imagen polémica, controvertida, problemática y hasta paradójica. En una palabra, quizás, irónica, como el intento de volver a poner los muebles “en su lugar” en pleno desalojo.

Como poeta Micharvegas no es un extraño en Chile, aunque la poesía pueda ser extraña para este país. Si algo define el trabajo de un poeta es andar con su taller a cuestas. Micharvegas dio fe de ello con sus dibujos bajo el brazo, sus poemas, canciones, pero también con la crítica aguzada con los años. Su poesía y su canto, además de sus conversaciones, y, por qué no, hasta su simple compañía son estímulos abrumadores para aceptar la invitación a trabajar los materiales que van quedando amontonados en los remansos de las corrientes de los acontecimientos. En cierta forma vuelve porque él mismo es la invitación. Donde vaya encontrará su propia casa, pues la poesía sólo vive en la poesía. Pero no al modo erudito, sino en la multiplicidad de voces que la constituyen. De este modo, el poeta Micharvegas fue invitado para descifrar la aparente paradoja de que, a fin de cuenta, los invitados éramos nosotros. ¿Y no es ese justamente la ambición de la poesía, esto es, dejar una interrogación tan tenaz que el presente sólo pueda abrirse ante la solicitud de un futuro que “golpea a la puerta”?

Así, cuando alguien llama a la puerta, ponemos en suspenso la continuidad de lo que estamos haciendo, y nos dejamos atraer por aquello que espera en el umbral....







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