martes, 8 de octubre de 2013

Julieta. (Antón Gianelli)


Aquel célebre italiano conocido como J.J. Casanova, famoso por sus maravillosas historias de amor, escribió hacia el final de su vida unas memorias donde entregó a la posteridad los detalles de muchas de esas inolvidables aventuras. Entre las razones que esgrimió  para llevar al papel a lo largo de casi 2000 páginas los sabrosos pormenores de aquellos encuentros, hay una que destaca entre las demás: reflexionando sobre lo que significaba dar publicidad a la única riqueza con la que contaba a esas alturas, dijo que lo hacía no por el dolor que le causaba haber perdido a todas esas mujeres, sino por el placer que aún sentía al recordarlas, a todas y cada una de ellas.

Si esa fuera la medida de nuestros amores, debo decir entonces que, en orden consecutivo y no simultáneo,  lo maravilloso de todo esto es la forma en que al menor atisbo de amargura, angustia o soledad, sin darnos cuenta volvemos a tropezar con esa vertiente secreta de pasión y alegría que tienen asegurada los caminantes de las tierras de carnaval –“carne-vale”. Allí nuestro deseo borra de un plumazo todo rastro de caminos recorridos, y nos lanza a los brazos de una nueva promesa –tal vez sea la única- que arranca de nosotros toda incredulidad.

Con esa confianza te vi primero sentada a mi lado, y horas después hacíamos del arriba abajo, y viceversa. Lo demás fue una insuflación que alcanzó hasta las ilusiones más marchitas. Con el nerviosismo de los viajeros, ansiosos por partir y recorrer, así me quede mirándote a tu lado mientras dormías la siesta esa tarde injusta por lo breve. Con tu cabeza sobre mi pecho, y mi mano anclada a la tuya, hacía esfuerzos para que mi corazón no golpeara en tu cara, lleno como estaba de la sangre que hasta ese momento parecía robada. Sí, en ese momento, éramos la antítesis de las pesadillas góticas. No había un centímetro de nuestros cuerpos que no estuviera siendo rejuvenecido por la corriente que pasaba de un cuerpo a otro, como un abordaje de piratas. Ese último abrazo hizo que cada uno de mis átomos terminaran siendo parte de lo que esconden las olas. Quizá un día frente al mar logre descifrarlo.

Una semana después, período que desconté segundo a segundo, todavía no me recupero de la embestida amorosa y marina. Quedó un tacto y una cercanía como los límites de un mapa portulano. Con un poco de suerte me internaré en regiones desconocidas para volver a ti y tú a mí. El viento comienza a soplar, y trae de nuevo el dulce aroma de tu sonrisa, el sabor de tus ojos, el sonido de tu piel.


¡Deja que me tome de ti para cruzar este océano de tiempo! ¡Haz que el secreto de las olas me sea revelado en tu beso!


 Antón Gianelli



MUJER DESNUDA
Eliseu Visconti (1866-1944)



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