miércoles, 9 de febrero de 2022

El carretero de la muerte, de Selma Lagerlöf (Impresiones literarias)

Una de las señales que dan cuenta de una buena traducción literaria es habernos permitido una lectura tan fluida como natural; sin el mínimo rastro de no haber sido concebida en nuestro idioma. Paradójicamente -tal vez como un fenómeno propio de la disciplina- esta pudiera ser la razón para terminar no considerando, o peor aún, dejando en el olvido al traductor del caso. 

Esta buena impresión, apenas concluida mi lectura, es la que me tiene haciendo una referencia al relato "El carretero de la muerte" de Selma Lagerlöf, por intermedio de cuya traducción desde luego -tan minuciosa y exquisitamente lograda en lo literario- he podido conocer y disfrutar en español tal como seguramente ha de ser posible en su idioma original, el sueco. 

Tal ha sido el placer de leer este relato que me parece injusto no haber podido dar con el nombre del traductor. No encontré más información al respecto que sólo un par de posibilidades: el mexicano Agustín Loera o Ramón del Valle-Inclán... 

Hablo específicamente de la antigua publicación efectuada por la editorial Quimantú (la de la fotografía), la que no indica el autor de tan bella versión española. 


Destaco:

- Pues bien. Mi compinche decía que había una viejísima carreta, por el estilo de las que usan los campesinos para llevar sus géneros al mercado; pero tan vieja, tan desvencijada, que jamás habría osado presentarse en los grandes caminos. Estaba tan cubierta de fango y de polvo, que no podía distinguirse de qué estaba hecha. Uno de sus ejes estaba roto y las llantas de las ruedas bailoteaban: ruedas que no habían sido engrasadas jamás y que chirriaban espantosamente. La cobertura estaba podrida; el almohadón del asiento, reventado. Un viejo matalón, tuerto, cojo, con las crines y la cola blanquecinas, arrastraba este miserable vehículo. La delgadez de sus lomos mostraba su espinazo como la hoja de una sierra y podían contarse todas sus costillas a través de la piel. Las patas estaban medio anquilosadas, cansinas, y los arneses gastados, desteñidos y amarrados con bramantes y varillas de juncos; no quedaba en ellos el menor adorno de cobre o de plata; nada más que leves madroños de lana sucia; y las riendas, anudadas y desgastadas, estaban en armonía con los arneses.
(p.23)

...

David Holm se abatió sobre la silla y, ante su propio asombro, prorrumpió en sollozos. Lo que provocaba sus lágrimas era la inutilidad de su vuelta a este mundo de los pensamientos premiosos y de los ojos cerrados. Era la convicción descorazonadora de que no saldría jamás del círculo en que sus propias acciones lo habían colocado.
(p.131)

...

Permaneció sentado en su silla. Se sentía infinitamente viejo. Se volvió paciente y sumiso, como acostumbran serlo los ancianos. No se atrevía a esperar nada, a desear nada. Se contentaba con cruzar las manos y pronunciar en voz baja la plegaria del carretero:
- ¡Señor, Dios mío! ¡Permitid a mi alma llegar a su madurez antes de ser segada!...
(p. final)

JFA


Selma Lagerlöf




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