domingo, 10 de julio de 2022

El Roto, de Joaquín Edwards Bello (Impresiones literarias)

La vida se abre camino como puede; persiste con los recursos que tiene a mano. De tal manera surge el roto: del mundo tan modelador como demoledor en definitiva.

Esta es su realidad; estas, sus costumbres y alegrías, sus sueños y frustraciones... donde casi toda buena perspectiva se resuelve no más que en la esperanza.

Dice Edwards en su relato:

(...) En las luchas de la vida, que eran nada más que una cacería en la cual el grande se come al chico para mejoramiento y continuación de la especie, el roto, fuerte, inteligente, audaz, temerario, sucumbía irremediablemente por las condiciones en que vivía y la falta de educación. El extranjero y los nacionales que tenían más de extranjero que él, se lo iban quitando todo poco a poco. No podían ni siquiera culparles, pues generalmente les vencían con sus virtudes: su ahorro, sobriedad y organización del hogar... (p. 150)

A través del sentido crítico de esta pequeña novela de Joaquín Edwards Bello (escrita a principios del siglo XX) podemos reconocer, en el pasado, los antecedentes de nuestros resabios actuales. Uno de tales tiene que ver, por ejemplo, con lo que pareciera ser el espíritu subyacente en la doctrina de buena parte de la fuerza policial chilena, donde el montaje y la conspiración siguen siendo los recursos aplicados en favor de la oligarquía... Con relación a lo anterior, en la página 72, en el contexto de la conversación entre un político y un jefe policial, en la más absoluta complicidad mutua, el primero le explica su plan al segundo:

    -Se trata -dijo con aplomo- de provocar un desorden mayúsculo en el Sporting: que esos niños se presenten ahí separadamente, como pacíficos socios, para, a lo mejor cuando esté en su apogeo la partida, simular una disputa que degenere poco a poco en pelotera que alarme a todo el barrio hasta provocar la intervención policial.

    Dijo todo esto de un tirón y sin emocionarse. Fernando no pudo menos que sorprenderse viendo tan cínico y seguro de sí mismo en la circunstancia al hombre que tanta gente tenía por un modelo de caballero y político...


"El Roto" es un documento histórico, una fotografía, un material de consulta sociológica si se quiere. 

En otro aspecto, quisiera destacar que a ratos me daba la impresión de estar leyendo en "El Roto" la prosa de Volodia Teitelboim, con lo que concluyo lo nada de extraño en realidad de la influencia de Edwards, como el autor y cronista destacado ya por aquel entonces, en plena juventud literaria de Volodia.


Del "El Roto", destaco:


(...) Un político santiaguino se opuso al ferrocarril: "Ese sistema de locomoción traerá la ruina de los propietarios de carretas", decía en memorables sesiones: al sapiente Bello llamó "miserable aventurero" porque defendía el riel. A pesar de la oposición parlamentaria y los inconvenientes materiales, llegó la locomotora a despertar la Alameda apacible y franciscana, con sus acequias de pueblo. Los santiaguinos empezaron a transformarse; los primeros que fueron a ver el mar llevaron a la fonda colchones, frazadas y comestibles; en el tren iban comunicativos y desordenados como en los paseos en carreta. (p. 2)


(...) Dos veces se han derrumbado en la plaza misma edificios en construcción, por las especulaciones criminales de los contratistas, trayendo al suelo, en la red de andamios quebrados, docenas de obreros cuya desgracia a nadie conmueve. Es como una cascarita de casas de tabique, una bambalina que continúa poco menos cínica por la Alameda, tapando la ignominia de los conventillos podridos y los prostíbulos que están detrás, a dos pasos, y que todos parecen ignorar, La parte nueva y la vieja se diferencian entre sí de una manera cortante y simbólica, como el roto y el futre, la leva y el poncho: ese meridaje fenomenal que constituye la sociedad chilena.(p. 4)


(...) No le habían enseñado a respetar; no sabía amar ni cuidar. Las malezas de los instintos primitivos crecían en él sin freno. Si ante su vista pasaba un automóvil, una bicicleta o una persona elegantemente ataviada, sentía que una fuerza misteriosa, invencible, le impelía a atacar; su abrupta naturaleza de inadaptado, vibraba rebelándose contra esas manifestaciones de la vida inaccesible, risueña, que eran como un reto a la inmundicia de su hogar, un desafío a su barrio pestilente. (p. 14)


   El sol estaba encima de sus cabezas porque eran las doce. Irresistible, colérico, rodaba el gran incendio redondo, presidiendo esas vidas fatales sin concederles ninguna importancia. Hasta el ruido de los trenes parecía venir del sol. (p. 105)


(...) pero la borrachera y la escasez de vocabulario le impedían explicarse. (p. 107)


(...) Apretó las manos como si estrangulara una sombra. Después de mirar unas armas de fuego se despidió y salió. Todo era trampa y porquería. Bebió otro vaso de vino y se dirigió a la calle Gálvez, a la casa de un policía que conoció en la calle Borja. En cierta ocasión le había salvado de apuros. La calle Gálvez era pobre, con pobreza fea, sin adornos, como alarde de fealdad. La gente que pasaba era de humilde catadura y vestida para cubrirse con algo, sin ideas de adorno. La casa del policía, en el fondo del llamado cité, tenía una ventana sucia y en el vidrio un letrero: "Se vende un trajecito de primera comunión para un niño". (p. 123)


(Con relación a los funcionarios del edificio de la empresa periodística El Mercurio):

(...) La gente más humana era la de los mozos, con cara de buenos y serviciales. A los otros se les había subido El Mercurio a la cabeza. Se componía de jóvenes de clase media provinciana. Hijos de pequeños agricultores, de funcionarios de correos, de ferrocarriles o de aduanas lejanas en poblachos tediosos. Encauzaban sus actos para labrarse situaciones seguras, conservadoras... Serían defensores de la oligarquía. (p. 126)


(...) El redactor en jefe era un hombre de origen humilde, grande, grueso, con pelo negro tieso, ojos algo oblicuos y pómulos salientes. Su espíritu era tolerante y comprensivo. En su primera juventud sustentó ideas de igualdad social y de mejor reparto de la tierra y del capital. El inquilinaje en los campos le parecía una forma de esclavitud. Una vez entrando en años y en "El Mercurio", creyó que la democracia y la libertad eran utopías. Séneca dijo: "¿Quieres libertad? ¡Rásgate las venas! (p. 127)


(...) No pocos quisieron contribuir con su talento a hacer luz a la usanza nacional: mandando a los diarios inmensos artículos que aparentaban sólida erudición. (p. 146)

JFA







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