jueves, 10 de agosto de 2023

Los certámenes, competir o compartir (Artículo)

En el contexto de la creación musical, literaria o de cualquier otra expresión artística (y en el de toda experiencia humana en realidad), me quedo con aquello de "más compartir que competir". 

De alguna manera, la opción por uno u otro, tiene que ver con la diferencia entre "querer alcanzar un sueño en sí mismo" versus "sentir que tenemos algo que aportar o decir". En esto último el concepto del triunfo no tiene cabida ni sentido, y no por juicios al respecto, sino simplemente porque no le es natural. 

Sin embargo, el arte, como todo mensaje, quiere llegar a su destinatario, y allí nuestra confusión o sentimiento contradictorio con respecto a los certámenes: pueden ser útiles para la divulgación si es que los vemos (ante la eventualidad de ganar) como un medio más que como un dispensador de valor.

Ahora, en otro aspecto de la cuestión, los certámenes, así como las actividades de tipo mercantil con relación al ejercicio musical o cualquier otro tipo de dedicación artística, también son útiles si queremos consagrarle (al arte) la totalidad de nuestro tiempo en tanto nos estemos ganando la vida en ello. 

El problema radica (cortocircuitos en el alma) en que desde aquel impulso creativo inicial y trascendente, terminamos desplazándonos -y a veces en anulación de lo anterior- hacia todo un esfuerzo premeditado con el objetivo de ganar festivales o producir dinero. En el caso de la música popular chilena los ejemplos abundan: respectivamente y guardando las proporciones en cuanto a los intereses temáticos de cada cual, pienso, por ejemplo, en un Nano Acevedo o en un Pablo Herrera.

En virtud de lo anterior es donde las clasificaciones, distinciones o discusiones, en cuanto a qué tan genuina o no sea una creación artística (genuina o libre de toda subordinación a pautas o normas para participar), se tornan algo confusas de arribar. Porque podríamos encontrarnos con un producto que, aunque técnicamente sólido (a ojo de jurados o de criterios mercantiles), ha simulado o sacrificado el espíritu, o los "duendes" de Lorca, o "la primavera insurreccional" de Neruda, tras haberse volcado por completo al propósito de "ganar".

No obstante, hay cosas que no revisten confusión alguna, y tienen su lugar claramente identificado, y es que los criterios de comercialización corresponden a materias más bien propias de quienes publican y distribuyen una obra, haya sido afectada o no esa producción artística con tales propósitos por el propio creador incluso (concediendo que también existen los creadores que participan con ese fin: el de vender). A la vez, se descarta toda confusión también, en que la creación artística, completamente ajena a la comercialización en su proceso creativo, tiene el inmenso valor humano de toda su verdad o su desgarro contenidos allí (y, paradójicamente, esto también tiene su "público objetivo").

Es decir, que toda obra pueda ser comercializada después -sólo después y sin condicionamientos que afecten su proceso de gestación- es otra cosa, y ajena a toda tentativa de tipo competitiva.

Silvio Rodríguez debe ser la máxima expresión latinoamericana en tal sentido, porque, además, en su caso, se debe tener en cuenta su total independencia de los grandes conglomerados de la industria musical, con quienes trata de igual a igual y tan sólo para efectos de la distribución, dado su inmenso impacto popular. Popularidad para la cual no tranzó con nada ni nadie si consideramos que más aún se ha mantenido leal -y en total independencia económica de este- al régimen cubano que le allanó el camino a poco de sus inicios, como miembro que fue de una institucionalizada y remunerada Nueva Trova Cubana (de la que sigue siendo un miembro histórico pero sin que la agrupación persista como una institución actual al amparo económico del Estado cubano). 

Cabe mencionar que ni el gran Pablo Milanés pudo quedar al margen (o no quiso mantenerse al margen) de los grandes conglomerados para continuar su brillante trayectoria, cuando, a fines de los noventa, por un pacto contractual, su catálogo discográfico pasó a manos de la multinacional Universal Music.

Para cerrar este artículo, y ya que hemos mencionado a Silvio y a Pablo, y tratándose de la preferencia por compartir en vez de competir, recuerdo, según palabras del primero (Silvio), que -ante el ofrecimiento que le hicieran de integrar un proyecto discográfico de la Nueva Trova, dedicado a la musicalización del poeta José Martí por parte de sus integrantes- se abstuvo de participar, argumentando que Milanés ya lo había hecho maravillosamente bien, y que su participación hubiera sugerido una suerte de competencia, inadmisible para él... Y se entiende que no sólo desde el punto de vista de lo humano, sino que, con mayor razón y en virtud de lo reflexionado, competencia inadmisible desde lo genuinamente parido con el alma también.

JFA


Nota aparte: 

A propósito de lo anterior, recordé también que en Chile ocurrió lo propio con respecto al Poema 15, de Neruda, que a pesar de haber sido tan hermosamente musicalizado por Víctor Jara, más de alguno intentó después su propia musicalización sobre el mismo, incluso siendo declarados y reconocibles admiradores de la obra de nuestro cantautor...

Caso aparte, absolutamente aparte -porque se podía dar el lujo de hacerlo con total propiedad, a la luz del tremendo artista y cantautor que fue, y a la luz de aquella musicalización tan emocionada y emocionante que hizo de la obra de Antonio Machado- sería mencionar a Alberto Cortez, quien también se permitió musicalizar el Poema 15 (si es que no lo hizo antes que Víctor).





 

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