lunes, 1 de julio de 2013

Los guardianes de la luz v/s la marcha de los pingüinos (por Antón Gianelli)


Antiguamente, el sastre, el panadero o el leñador de una comunidad norteamericana tenían derecho a intervenir en los consejos municipales y a decidir juntos si, por ejemplo, era conveniente o no construir un puente sobre tal o cual río. Cuando así lo hacían, no hablaban del puente del sastre, del panadero o del leñador, sino del puente del pueblo para el pueblo. Cuando hoy, después de deliberar, varias personas deciden que no hay que destruir el puente hacia el futuro, sólo hacen lo que hicieron sus antepasados: ejercer sus derechos democráticos.

El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia. Günther Anders y Claude Eatherly[1].



Las instituciones no son más que la expresión de aquella forma en que una época decide organizar su existencia de acuerdo a ciertos principios y normas que regulen su vida económica, social y espiritual. No se legitiman por el tiempo que duran. Son siempre no más que una forma social de un tiempo entre muchos otros. No son, aunque muchos quisieran que así fueran, una manifestación de una voluntad sempiterna e infalible, ni el reflejo de unas supuestas “tablas de la ley”. Tampoco son, como ocurre en la naturaleza, creadas ni destruidas por fuerzas cuyo secreto no le ha sido revelado a ser racional alguno. Más bien, son sus sueños o pesadillas, como creía el adelantado y apesadumbrado Francisco de Goya. Bastaría recordar un par de ejemplos históricos para darse cuenta que, llegado su momento, éstas han debido dar paso, si no a profundas reformas, a su completa desaparición.

Como decía, los  ejemplos son muchos. El gordo libidinoso de Inglaterra, Enrique VIII, tuvo que crear una Iglesia ad hoc para poder separarse y casarse nuevamente con la perturbadoramente bella Ana Bolena. Asimismo, de algún modo, la Iglesia entera debió ser reformada para impedir que inquisidores como Torquemada y  sus émulos -incluidos los actuales-, continuaran incinerando al mundo fuera de las abadías a través del planeta conocido a la fecha. Del mismo modo, los reyes y zares -decapitados los unos, y fusilados los otros- dejaron de ser el reflejo directo de la luz divina sobre la tierra para que, revolucionarios mediante, se expandiera como reguero de pólvora la idea de la igualdad y de los derechos por los países que pronto construirían sus modernos estados democráticos. Y no está demás recordar que la esclavitud, lo mismo que las encomiendas en este hemisferio, son otras célebres instituciones que también debieron ser derrotadas para impedir que millones de africanos e indios siguieran siendo tratados como una sub-especie. Solo en la Guerra Civil de Estados Unidos, y si aceptamos que fue ese uno de sus motivos, según cifras corroboradas por historiadores, no menos de  600 mil vidas se apagaron para liberar a los africanos esclavizados en las plantaciones del sur.




[1] Este libro contiene la correspondencia entre el filósofo Günther Anders y uno de los pilotos que bombardearon Japón en 1945, Calude Eatherly, y que fue el único estadounidense que manifestó su público arrepentimiento y remordimiento por el asesinato de 200.000 japoneses. Se convirtió en un verdadero activista, a pesar de los intentos del gobierno por mantenerlo aislado en un hospital psiquiátrico. Además de Anders, quienes mantuvieron siempre una activa solidaridad con Eatherly, entre otros, fueron Bertrand Russell y Robert Jungk, padre éste último del movimiento antinuclear.


Y si hiciéramos una suma rápida de las víctimas dejadas a partir de la Primera Guerra Mundial hasta la Guerra de Afganistán (for export), bueno, ni un meteorito ha hecho tanto por cesar la insignificante historia que tenemos como especie.

Es por eso que cada cierto tiempo la conciencia de las personas crece o despierta al mismo ritmo que aumentan los niveles de abuso o injusticia. Sí, porque aunque algunos pesimistas insistan en recorrer el camino apocalíptico, la verdad es que, como decía el teológo alemán Lessing, “si frente a ciertas situaciones no pierdes la cabeza, no tienes ninguna que perder.” Más que un contenido específico, diríamos que la justicia es en principio una época y una sociedad que “pierde la cabeza” frente a situaciones ante las cuales no es posible seguir indiferentes. Y es por eso que las instituciones, como queda demostrado, son parte de la historia y no la historia parte de las instituciones.

En efecto, y tal como pensaba el pesimista Hobbes, las peores amenazas para el género humano provienen por lo general desde el corazón mismo de lo que una época cree que es la “luz” que los ilumina. Como sabemos, el molde da para todo. Pero para no desanimarnos prematuramente, digamos que el escepticismo insular se refuta simplemente en la medida que incluyamos a los propios escépticos bajo la visión del escepticismo: si todo merece descrédito, no hay razón para creer en ellos.



Hace poco tuvimos ocasión de ser testigos del vigor de la “bestia dictatorial”[1]en medio de un espacio que se supone es el símbolo de la vida democrática e institucional de Chile. Con motivo del desenfreno con el que actuaron las fuerzas policiales en contra de manifestantes que principalmente eran estudiantes secundarios, un jefe de la policía fue llamado al parlamento a que intentara “explicar-justicar” la evidente transgresión de cualquier atribución policial dentro de un estado de derecho. No hay ninguna noción o idea jurídica que ponga a la delincuencia por encima de la ciudadanía, en lo que se refiere al uso de la fuerza por parte de la policía.  En otras palabras, ni el más abyecto de los delincuentes puede ser tratado como alguien que, si por la voluntad discrecional de un jefe operativo de la policía que decidiera suspenderle su calidad de ciudadano de derechos, pudiese ser privado de toda capacidad de desplazamiento y/o expresión. Para que insistir cuando se trata de estudiantes y no de delincuentes, aunque es evidente que el problema seguiría siendo el mismo. Y es importante reparar en esto: no tiene justificación alguna que una marcha ESTUDIANTIL tenga que ser “asediada” y/o “custodiada” por FFEE de Carabineros y no “acompañada” de manera preventiva por policías de orden comunes y corrientes. Eso es lo que cualquiera puede apreciar en las innumerables manifestaciones a través del mundo que se transmiten a diario por televisión. Parece que los policías chilenos dejaran de ver a quien tienen delante y comenzaran, como en un acto de posesión o demencia temporal, a mirar hacia otro lado o a oír voces. No serían los primeros. Y para los filomilitares que aún no entienden de qué se trata, baste recordar los comentarios de un almirante italiano frente a la inclusión de mujeres en la armada de su país, mucho antes que cualquier otro cuerpo similar. Para él, decía, la incorporación de mujeres a la marina no era un problema de género sino militar: hay diferentes formas de disciplina.

En el mencionado encuentro entre parlamentarios y la policía, se vio que luego de un retórico reproche a la acción de los uniformados frente a los estudiantes, el policía jefe presente no pudo contenerse frente a lo que a su juicio era, como antaño, una nueva agresión al corazón del Estado y de su institucionalidad. No hay que ser mezquinos, y no reconocer que de todos los que estaban ahí, el único que habló con absoluta transparencia y que sabía exactamente cual era su papel en la escena fue, precisamente, el jefe de la policía.

De los otros presentes, incluidos parlamentarios y responsables de DDHH, se puede decir que sólo se limitaron a asentir con sus cabezas agachadas cuando, en pocas palabras, el policía jefe dijo que ellos trabajan para el Estado “y no para los gobiernos de turno”. Es en este punto donde la cosa se pone un tanto esotérica. Es curioso, por decir lo menos, que una reunión que tenía por objeto las golpizas a los estudiantes, termine siendo una defensa unánime -por acción u omisión- de una institucionalidad cuya lengua esencial sólo parecen hablar las instituciones uniformadas y de orden, quienes tienen el poder de decidir por sí y ante sí cuándo dicho orden se ha visto transgredido o violentado. Nadie más que ellos son capaces de entender y “oír” cual es la verdadera naturaleza del Estado. No importa quién esté delante -en ese caso era el Estado mismo a través de sus parlamentarios- ni los medios para cumplir su misión.

No sería extraño que, además de la carga ideológica de la antigua Doctrina de Seguridad Nacional y las nuevas doctrinas de penetración continental, y dada la infiltración masiva que de un tiempo a esta parte han sufrido las instituciones armadas por parte de sectas religiosas de toda laya, su idea de Orden se haya desplazado hasta un punto difícil de determinar, de lo que son los ideales democráticos, laicos y universales. En una palabra, es necesario hacer que vuelvan a jugar un papel institucional y democrático, y no supra-institucional.

Es bueno, entonces, hacer hincapié que desde el 2006 en adelante, han sido los heroicos jóvenes de Chile los que no sólo le dieron una lección a la nueva reacción política de este país, sino que ya nadie podría dudar que siguen siendo hoy un importante impulsor de las demandas de y para una nueva sociedad en Chile y el mundo. Son ellos los que con su valiente intransigencia están reeducando al pueblo chileno y a ellos mismos. Son ellos los que han exigido que sea la voz del pueblo la que tiene que ser escuchada, y no los mensajes de ultratumba que quieren mantener a las instituciones amarradas y a las autoridades perdidas en delirios golpistas bajo la forma eufemística y cínica de la tan mentada gobernabilidad.


El problema que queda planteado a partir de la serie de manifestaciones estudiantiles primero, y sociales después, es precisamente cuál debería ser de aquí en más el orden dentro del que se expresen y resuelvan los conflictos de la sociedad de hoy. Naturalmente, cualquiera que sea éste, debería estar muy lejos de pretender que “no se mueva una hoja” sin que esté previsto o permitido. Tampoco se trata de un simple ejercicio memorístico que nos encerraría de nuevo en definiciones y normas proyectadas desde las conocidas “cuatro paredes”. Más bien -y he aquí el desafío-, se trata de descubrir cuál es la ley de lo que por definición no la tiene; aquello cuya única ley es producir permanentemente el espacio para su interrogación, para el cuestionamiento de su legitimidad. A eso llamaron los pensadores políticos modernos, soberanía.

Tal vez el dilema pueda ser planteado en esos términos, si pensamos en quienes son los protagonistas de esta historia reciente. Dicho de esta manera: orden sin soberanía o el orden de la soberanía, y entonces puede quedar más claro que el problema no es en ningún caso quién es la minoría o la mayoría, como tanto le gusta esgrimir a las autoridades de turno y los acomodaticios de siempre, perdiéndose frente al emplazamiento que está tanto detrás de las demandas estudiantiles como detrás de las advertencias de la policía.

Entre uno y otro extremo del dilema media hoy por hoy sólo el coraje de una juventud que reveló enfáticamente que la gran salud de un pueblo se llama Política, cuando no está secuestrada por mezquinos intereses. Y que mostró  también que era necesario volver a la vieja pregunta acerca de cómo queremos vivir y quiénes son los más idóneos para llevar el gobierno de la ciudad, como se plateara a su turno el viejo y querido Platón. Y en este sentido, a todos esos nuevos chilenos y chilenas les debemos habernos recordado que para empezar algo hay que partir por el Principio. Y los únicos que han violentado esa inteligencia básica, son los gobiernos de la traición rápida y de la complacencia fácil, que siguen intentando administrar a “la bestia”  desde fuera y dentro de La Moneda.

No es casual que el fundador de la modernidad política, Emmanuel Kant, haya dicho que la existencia de dicho nuevo mundo depende en gran medida del valor de los hombres y mujeres que lo constituyen. Mismo destino espera a la escritura. Cuán cerca está la política y la escritura, me parece que es algo que no puede decidirse de antemano, tal como sólo advertimos valor en quienes lo han manifestado (Y esto teniendo presente en particular el vergonzoso ejercicio del periodismo y de la “psicotrópica” libertad de expresión criolla).

Y para los que creen que una asamblea constituyente es un salto al abismo, hay que contestar sin vacilar un momento, que tienen toda la razón. Sólo que, como lo plateara lúcidamente Roberto Bolaño, hacia el abismo no sólo hay un camino apocalíptico, sino que uno de aventura. Los que de algún modo hoy “están ahí”, lo saben porque portan una razón con historia. Y, por supuesto, como antes de reproducir el trazado del camino hay que tener el valor de recorrerlo, digamos que el único motivo para ir al abismo, no hacia el nadir sino hacia el cenit, es “porque está ahí”[2], y porque sólo esa gratuidad garantiza el ejercicio de una libertad real.

Si queremos mantener el puente hacia el futuro tal como dice el epígrafe inicial, otorguémosle a los “pingüinos” el inmenso mérito que se han ganado de ser protagonistas de ese futuro. Ellos son los únicos que han demostrado aquí tener a todos los héroes revolucionarios y democráticos como sus antepasados “electivos”. Porque, ¿no es evidente para todos desde hace tiempo que el Ministerio de Educación es un lugar vacío[3] (más que “por definición”, “por constitución”), y que cuando nos preguntamos por las instituciones no nos referimos a “qué” sino “quiénes” son esas instituciones? Sobre esta sospecha, podríamos iluminar las disputas actuales, en la mayoría de los casos estériles.  Preguntémonos acerca de quiénes son los que viven y, al mismo tiempo, encarnan la solución de sus problemas, y llegaremos todos a Roma: el pueblo y su soberanía.

 En otras palabras, los jóvenes son la avanzada que está ya con un pie más allá de la “conciencia” de una época y de sus remanentes actuales que se resisten a dejar la escena contemporánea. Y si alguien se asusta con la perspectiva que ellos han abierto, sólo piense un momento en estas palabras que Chris Andrews expresara en uno de sus ensayos[4], a propósito de la construcción de nuevos tiempos testimoniales e históricos: “La iniciativa de los cambios se atribuye no a un yo director con una meta definida sino a un espíritu ansioso de libertad, o simplemente a la vida misma.”

EF
(Escuela de Franklin. Revista de instigación política.2013)





[1] Con este nombre, que en adelante se hará referencia solo como “la bestia”, quiero intentar sintetizar los múltiples y complejos efectos de los cambios profundos producidos durante y a continuación -y, tal vez , incluso antes- de la dictadura político-militar de Pinochet.

[2] El recordado militar y montañista inglés George H. Leigh-Mallory, conocido en el medio de los ociosos que les gusta subir cerros simplemente como Mallory, contestó ante la pregunta de por qué subir el Everest,  con una frase que lo inmortalizó y que alejó, con su sello pragmático, todo intento de mistificación de las cumbres: “Because it is there”.

[3] Al momento de escribir este artículo la titular de educación, Carolina Smith, se encontraba de vacaciones en Europa, en medio del contexto de mayor efervescencia del movimiento estudiantil, el cual logró sacar a la calle a más de 100.000 personas en cada una de sus convocatorias.

[4] La experiencia episódica y la narrativa de Roberto Bolaño”, en Bolaño Salvaje, Edición de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau. Ed. CANDAYA, 2008.









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