lunes, 1 de julio de 2013

Mercedes Sosa, y mi experiencia personal con su canto, su conversación y su abrazo inolvidable… (David Pino Moraga)

Por David Pino Moraga

Para referirme a Mercedes Sosa, es imposible no mencionar los elementos valóricos que determinaron su vida, como la coherencia, la entrega… todos ellos volcados por completo en el arte, la poesía, la canción, la voz… acaso la más bella que haya tenido el continente latinoamericano.

Mercedes Sosa y David Pino
El primer encuentro que tuve con esta mujer, con esta artista universal, fue cuando yo apenas era un niño. La vi por primera vez en la televisión chilena, si mal no recuerdo en el canal 9 de la Universidad de Chile. Era un concierto con artistas mundiales que habían llegado a Chile a saludar y apoyar al recién elegido gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende como presidente de los trabajadores.
El concierto era transmitido en directo, en blanco y negro, desde el Teatro Caupolicán… Para dicho concierto habían llegado embajadas culturales de muchos países, entre ellos de Argentina, representada entre otros por una mujer joven, de aspecto indoamericana, con su cabello largo y negro, vestida simplemente de poncho; no usaba maquillaje farandulero. Se hacía acompañar de un guitarrista con quien se complementaba ejecutando, ella misma, un bombo leguero. La canción que ella cantó no la recuerdo, pero, sí recuerdo que su voz era maravillosamente hermosa, conmovedora, potente, épica. Su manera de cantar era muy seria, es decir no hacía ademanes de las cantantes típicas de la esfera banal. Lo que más me impresionó de ella, era como si de su garganta brotara la voz de todo un continente, por la forma como entregaba su canto, y por el contenido... El Caupolicán la ovacionó, y en mí quedó ese recuerdo imborrable de una bella voz.
No la volví a escuchar ni supe de ella sino hasta el año 1976. Ya para entonces llevábamos tres años de dictadura militar en nuestro país, donde los medios de comunicación mostraban sólo la pacata cultura oficial, la mediocridad subordinada y mucho rock norteamericano. Sin embargo, en algunas radios chilenas comenzaron a enviar al aire una hermosa voz con unos versos que hablaba de una tal Alfonsina y el Mar, cuya cantante era acompañada sólo por un virtuoso piano: Realmente me enloquecí con la voz de esa mujer, el piano, los versos, la forma, la sensibilidad que me hacía hasta llorar…
Lo primero que hice, fue ahorrar un par de pesos, escasos en esos años, por mi condición de estudiante. Corrí a una disquería que se llamaba Ricardo García, donde pude encontrar un disco de vinilo negro, de 45 r.p.m., donde venía esa canción y en cuyo reverso contenía otra cosa muy loca y muy nada que ver con Alfonsina y el Mar, se trataba de una chacarera muy atrevida y progresiva que se llamaba La Oncena: "Me anda faltando una nota, y no llego a la docena, por eso mi chacarera, ha de llamarse la oncena". Este contraste de canciones, ritmos y temática terminó por convertirme en un admirador fiel de Mercedes Sosa. Cada vez que podía ahorrar otro par de pesos, iba a la misma disquería a adquirir su obra de a poquito, conformando una colección que más tarde se vino a engrosar con las grabaciones en cassettes.
Con mis amigos de mi barrio de Recoleta nos juntábamos los fines de semana a ‘carretear’. Nuestro carrete consistía en encerrarnos en un gallinero trasero de la casa de uno de nuestro lote, y allí escuchábamos, bien bajito  - por la precaución de que no nos fueran a escuchar los vecinos, de quienes nunca se sabía que de pronto pudieran ser delatores pro régimen militar-  discos de vinilo que todos aportábamos; unos los de la Violeta Parra y Víctor Jara, otros del Quilapayún y de Illapu, algunos traían algo de Joan Manuel Serrat, o de Chico Buarque; y yo, con mi disco de Mercedes Sosa. Me acuerdo que todo el grupo se fascinó con Alfonsina y el Mar, y lo escuchábamos hasta rayar el disco, que era de aquellos que se rayaban hasta con el simple hecho de mirarlos.

En 1979 llegó la noticia de que entre tantos exiliados en Europa, de artistas chilenos y latinoamericanos, también había tenido que partir al destierro, en Francia, Mercedes Sosa, y desde allá llegaban las canciones que ella grababa, ya fuera con Quilapayún, con Illapu y con muchos otros. La Radio Chilena tenía un programa una vez por semana que se llamaba Nuestro Canto, cuyo locutor responsable era precisamente Ricardo García. En ese programa difundían canciones un tanto atrevidas para el momento político de ese entonces: Pues ‘los milicos’ habían prohibido a todos los cantantes de izquierda. Sin embargo, el programa y la radio se arriesgaban una vez por semana con nuestro canto.


La querible, y siempre maternal Negra, mis amigas y yo, felices de
esta oportunidad de compartir junto a ella...


En 1983 Mercedes Sosa regresa a su Argentina, violentada por dos situaciones muy desgraciadas, por una parte, ese país venía saliendo derrotada de una guerra contra Inglaterra por las Islas Malvinas, y por otra parte la dictadura militar, que en ese país también asolaba, estaba viviendo sus últimos estertores. Mercedes Sosa a pesar de la prohibición que tenía en su país de cantar, mandó a la mierda tal prohibición y dio una serie de recitales en el teatro Ópera de Buenos Aires, de cuyos conciertos se editó una obra que la titularon Mercedes Sosa en vivo en Argentina. Ese concierto marcó mucho nuestro quehacer en los ámbitos artísticos y ciudadanos en Chile y América Latina, porque las radios chilenas no dejaban de transmitirlo a cada momento. En nuestra Escuela de Teatro "Q", tomamos una canción de ese apoteósico concierto, la canción se llamaba Soy pan, soy paz, soy más de Piero, y la incluimos en nuestro primer trabajo que mostramos al público ese mismo año: No te olvides nunca de tu último optimismo.

En febrero de 1985, teníamos vacaciones durante todo ese mes, de nuestro trabajo en la compañía de teatro Grupo "Q", y yo, que venía de haber trabajado intensamente en una obra infantil, Cada niño una historia, había podido ahorrar algún dinero, y lo primero que se me ocurrió fue ir a la Argentina de vacaciones. Mi obsesión era poder ver a Mercedes en vivo… y para eso, estaba dispuesto a todo...

Cuando llegué a Buenos Aires me fui a la Radio Nacional a preguntar por ella, o si alguien sabía de algún concierto de Mercedes. Un empleado de la radio me dio el teléfono de la manager personal que Mercedes tenía en ese entonces, Teresa Tedeschi. Llamé a esta amable señora y le dije que yo era un chileno, que conocía y seguía la obra de Mercedes y que sólo me iría de regreso a Chile si asistía a un concierto de Mercedes. Entonces, ella me informó lo siguiente: "Mirá, si querés ver a Mercedes, ella cierra el Festival de Cosquín el sábado 11 de febrero, tenés que ir hasta allá". Le agradecí la información y partí a Córdoba en un tren de tercera clase y contando los pesos, pero no me importaba nada, mi objetivo era ver a Mercedes Sosa cantar y luego la muerte. 

Llegué a Córdoba muy temprano, me fui a la plaza más central de la ciudad, no conocía a nadie, el corazón me saltaba por muchas emociones encontradas en el país trasandino. Vería finalmente en vivo a Mercedes, me emocionaba ver que Argentina se estaba desperezando con una democracia, sacándose recién ‘los milicos’ de encima. El país vivía una especie de carnaval, de destape. Por doquier habían conciertos, ciclos de cine de películas prohibidas, entre esas pude ver 1900 y el Último tango en París, prohibidas en Chile por la dictadura. En la plaza me acerqué a un grupo de muchachos jóvenes artesanos que además de ofrecer sus artesanías cantaban canciones a viva voz, prohibidas en mi país… Hubo uno de ellos, Rubén, que me invitó a unirme al grupo, (entre Rubén y yo tuvimos una mirada de amor a primera vista), me preguntaron de dónde era yo y qué andaba haciendo. Les conté que venía de Chile y que mi único objetivo era poder ver a Mercedes Sosa. Fueron las palabras mágicas, los chicos me abrazaron, me invitaron a tomar mate, luego a almorzar y por la tarde Rubén me invitó a su casa a dormir con él...
Fue el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida, porque Mercedes cantó en Cosquín ese mismo día, además, el amor me deparaba otro ser humano maravilloso y generoso, como terminó siendo Rubén… De todas las canciones que Mercedes cantó en ese concierto inolvidable para mí, hubo una dedicada a Víctor Jara: "No puede borrarse el canto con sangre del buen cantor". La emoción me sobrepasaba, y así regresé a Chile a empacar mis bártulos, mis libros, mis cassettes, mis sueños, mis emociones, mis miedos, mis planes. Un día de otoño abrí un paréntesis que aún hoy, muchos años después, no lo he cerrado... Con el correr de este paréntesis he tenido la oportunidad de ver a Mercedes en vivo después de Buenos Aires varias veces más, en Sao Paulo, Río de Janeiro, en Bremen y en Berlín, cuidad, esta última, donde resido desde 1988, un año antes de la caída del muro.

Hace unos diez años atrás Fabián Matus, hijo único de Mercedes, y Coqui Sosa, sobrino de la misma, también cantautor, abrieron un portal en internet: www.mercedesosa.com.ar , a través del cual le dieron la posibilidad, a todos sus fans repartidos por el mundo, de poder mandar mensajes, intercambiar ideas y obras de la cantante. Allí comenzaron a circular nuestros nombres y desde qué rincón del mundo escribíamos, de tal modo que a nosotros, los seguidores, Fabián y Coqui, ya nos indentificaban. En octubre del 2008 Mercedes dio un concierto en la Berliner Philarmonie, una semana antes me llega un mail privado de Fabián ofreciéndome lo siguiente: “Che Negro querido, yo sé que vos vas a ir a ver a la Mamma” -que es como la llamaba su hijo- “así que decíme con cuántas personas querés ir a verla, que yo te dejaré las entradas en la boletería del teatro, y si querés pueden venir a saludarla (a Mercedes) personalmente”… Dicho y hecho: Mercedes nos recibió antes y después del concierto. Allí, ella nos mostró una canción a modo de ensayo -Amarse Como Antes- que después de cantarla sólo para nosotros nos preguntó nuestra opinión acerca de la misma; una muestra de su humildad… Compartimos ideas, emociones, amor, abrazos, besos, flores y lágrimas de alegría. En un momento del encuentro yo le conté, sin dobles intenciones, de que tenía pasajes para Rio de Janeiro para el próximo mes de noviembre del mismo año, a propósito de lo cual ella me dijo: "Mi niño hermoso, vos ya estás invitado por mí, hablá con Fabián para las entradas y nos encontramos en Rio, no faltés, eh?". En Rio la fui a buscar con otra fan brasileira al aeropuerto, ella me reconoció al instante y nos abrazamos y lloramos de la emoción, entre lágrimas, besos y abrazos nos invitó a almorzar con ella a su hotel. Luego, al día siguiente, Fabián nos reservó las entradas en una mesa junto a Raimundo Fagner y Francis Hime, que también eran invitados de Mercedes. Estuvimos antes con ella, en su camarín, intercambiando regalos. Después del concierto nos fuimos con ella y otras personalidades brasileiras invitadas de esa noche inolvidable, a comer a Copacabana, en un restaurante pequeñito italiano. Ella estaba visiblemente cansada, así que se retiró temprano de la cena, se despidió de cada uno de nosotros e implorándonos de que nos quedáramos haciendo amistades al arrullo del amor, del canto y la poesía.

Esa fue la última vez que, en un abrazo tierno de ella misma, se quedó en mi recuerdo Mercedes Sosa… entre las olas de Copacabana, y el aire perfumado de almiscar…



*David Pino Moraga fue miembro del Grupo Escuela Teatro “Q”, importante proyecto de formación teatral en Chile. Actualmente reside en Berlín, Alemania.





Mis preferidas de su repertorio: Cio da terra:



La Oncena:





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