lunes, 1 de diciembre de 2014

Las "27 horas de amor" de un programa de la televisión.

La televisión abierta, que algunos juzgamos tan mal hecha, la verdad es que tendríamos que decir que está "muy bien hecha", pero de acuerdo a sus impúdicos propósitos inmediatos... 
El supremo regente de sus recursos intelectuales, de sus tácticas, lo sabemos pero se nos olvida, es un criterio absolutamente comercial, no obstante la responsabilidad social, ignorada, que le compete por su naturaleza en cuanto a medio de comunicación tan invasivo. 

En torno de nada más que la generación inescrupulosa de dividendos económicos terminan girando sus propósitos de "entretener", y cada vez "mejor", a un público cada vez más necio, como consecuencia de hallarse bajo el efecto de la divulgación persistente de una simpleza generadora de rating, éste que sabemos tan fácil de alcanzar por demás, con el ingenio menoscabado... La televisión establece patrones de conducta, lo arrastra casi todo por la fuerza bruta y descomunal de sus alcances, bajo este principio y final mercantilista. 


De allí que no cabe la reflexión profunda en la programación de ningún canal de la televisión abierta en Chile, salvo los espacios ridículos (de pequeños y breves, en comparación con la preponderancia), o casi siempre a partir de horarios absurdos, es decir, sin mayor público... Contadas son las excepciones en definitiva.

La programación de la televisión abierta casi siempre utiliza, además, el bálsamo de la "fiesta eterna" (aquello de que todo el mundo está feliz), muy lejos, por cierto, de cualquier cavilación, y tantas veces, como ha sido el caso para promocionar la Teletón de este año, con la banda sonora o el concepto del bombo interminable de la música electrónica o reggaetonera del momento, asociada y aplicada como elemento único de frescura y de convocatoria. En esto último mi decepción, más que por el estilo musical que fuere... 

El concepto tonificado de lo vital, es otra de las doctrinas deformantes emanadas de la televisión, que estima lo superficial como sinónimo de optimismo además. Las guitarras de madera, por ejemplo, y que nos atañe, como único acompañamiento natural de un canto emocionado, o de la poesía, a menos que ésta sea humorística, le huelen a "vejez" (la vejez como sabiduría para nosotros), a "deterioro físico", y al "temible acto de pensar" que los medios masivos por ningún motivo quieren difundir... Lo intelectual, lo espiritual, la discusión del alma, la reflexión a fondo, el desarrollo, o sea, todo lo que estimule el pensamiento crítico y que pudieran alterar la buena salud de la norma institucionalizada, como expresión de su fuero,  la televisión lo relega, lo desplaza, o lo rechaza de plano...


De allí que no logro comprender, o más bien me resulta tan incoherente, por decir lo menos, este intento persistente de profundizar, crear conciencia y emociones tan inmediatas como efímeras o expres, a partir de un drama humano televisado, con los recursos más triviales, chabacanos, superfluos (¡el grito, el grito!, ¡ce ache iiii!, y esas arengas tan tontas y comunes como "de qué estamos hechos los chilenos"..., "viva Chile mierda"..., entre otras frases tan mecanizadas y tan de ocasión como tan vacías, etcétera, etcétera... y en fin), usadas patéticamente, sin creatividad y sin variaciones, por "los animadores", en este programa de televisión llamado Teletón...

Y estos son los elementos propios, en la triste circunstancia actual, de este medio de comunicación, que en otras condiciones pudiera sernos tan útil para estimular la cultura y la educación y la solidaridad de todo un pueblo, y de manera más duradera y verdadera que en tan sólo "27 horas de amor"...


Javier Farías Aguila


"Don Francisco" encarna la televisión sin responsabilidad
social. Y su única preocupación respecto del medio
tiene que ver con sus ingresos personales. 




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