domingo, 24 de agosto de 2014

La extinción de los receptores y la intercalación de los grafitis.

En estos tiempos, a través, y acaso por causa de las plataformas virtuales de uso masivo, o las denominadas redes sociales, observamos un exceso de expresión, muy por sobre lo útil o la necesidad normal y sus contenidos legítimos por decirlo así, de modo tal que éstos ya comienzan a evidenciar la estupidez de tan rebuscados que resultan, en una especie de ejercicio compulsivo, como un imperativo de estar en una clase de escena constante, rayando en el mal gusto, en la exaltación de lo feo y lo morboso, cuando ya no hay desarrollo, cuando ya no se tiene ni siquiera la idea incluso, ni la responsabilidad de lo que se dice o se presenta, donde parece establecida la noción de que alguien espera por el show de cada cual y su continuidad mecánica... 

Todo, por preponderancia, parece ser sólo una transmisión constante y "monológica", y más allá del hartazgo... 
Al mismo tiempo, cada vez menos escuchan lo que hay para escuchar de quienes tienen verdaderamente tanto que decirnos, incluso en el plano de los afectos personales. Los receptores están en extinción. Estos receptores que además saben discriminar entre el mensaje superfluo y el mensaje depurado, que en virtud de una mayor dedicación de tiempo absorben en los libros o en la genuina experiencia por ejemplo, para terminar en condiciones de aportar a la conversación, a la transmisión de lo que realmente tiene la importancia de ser dicho, apreciable desde el sentido común (claro que aquí me veo en un problema: pudiera ser que este sentido común "sacralizado", esté mutando para garantizar y legitimar justamente la conducta cuestionada en esta nota). 

Creo que esto ya dejó de ser un superávit del flujo de la información, esto, más bien parece, o estamos pronto de aquello, una intercalación de los grafitis, unos por sobre otros y otros...

Podemos concluir también que internet, a través de estas plataformas sociales, ha permitido la proyección o la exhibición de nuestras exageraciones existentes desde antes de contar con estos canales de expresión, cuando se hallaban circunscritas sólo al entorno inmediato; hoy son públicas.

Tal vez -ahora intentando una deducción más amable o comprensiva, y abstracta- todo esto debe ser algo similar a que cuando tengamos la posibilidad de volar con autonomía total, seguramente estaremos volando todo el día... Será cuestión de un período aprender a controlar el ímpetu aquel, de no sucumbir antes, precipitados contra un cerro.



Javier Farías Aguila





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