martes, 13 de mayo de 2014

Canto de mi mismo / Walt Whitman (Impresiones literarias)

Destaco:

Del prólogo de Mauro Armiño:

(...) Ya vimos las confesiones del poeta sobre su cultura preferida, los grandes clásicos épicos, la literatura más engolada y pomposa (el Antiguo y el Nuevo Testamento, Shakespeare, Ossián, Homero, Esquilo, Sófocles, los viejos Nibelungos alemanes, los poemas antiguos hindúes, Dante, La Ilíada, etc. Estos, según escritos del propio Whitman); pero junto a esto encontramos, amalgamados a veces en el mismo verso el lenguaje de la calle, el argot de los oficios, la palabra del carnicero o del esclavo, resultando de la mezcolanza una lengua vivísima que a veces rechina por esa juntura de vuelo lírico y término callejero.


Algunos dichos de Whitman:

(...) los libros tal como hoy se hacen han alcanzado el grado vigésimo de alejamiento de las verdades; nuestros escritores parecen haber olvidado que al margen de la literatura literaria hay muchas cosas que desear... Hay un punto de la filosofía goethiana que, sin apelación y para siempre, la vuelve incapaz de servir en América y en el próximo futuro; es la doctrina cardinal goethiana según la cual el artista o el poeta debe vivir en el arte, en la poesía, solo, lejos de los negocios, de la política, de los hechos, de la vida vulgar... a la búsqueda de su "alto ideal".

Explica el prologuista:

Esta exigencia de vida real, explícita en ese párrafo, del "aquí y ahora", va a alejarle de todo lo precedente y a convertirle en un islote en su siglo.

Prosigue Whitman:

-La rima que se oye cansa en seguida, la que no se oye es eternamente deliciosa.

- No he recurrido a ninguno de los ornamentos del repertorio, ni a las preciosas historias de amor o de guerra, ni a los excepcionales y altos personajes de la poesía del antiguo mundo; puedo decirlo: nada por amor a lo bello, ni leyenda, ni mito, ni ficción, ni eufemismo, ni rima... He dicho lo que tenía que decir tal como yo lo entendía.



Mis impresiones:

Me parece que en la poesía de Neruda hay un acercamiento con los elementos y el hombre común, que bien pudiera provenir de la experiencia con la obra de Whitman. (Ej: Canto 22):


XXII

Y tú, mar…… También me entrego a ti.
Sé quién eres muy bien.
Desde la playa veo tu mano invitadora que me llama.
Creo que no quieres retirarte sin acariciarme.
Bien. Haremos un viaje juntos.
Aguarda a que me desnude y llévame contigo hasta perder de vista la tierra.
Arrúllame y déjame dormir y soñar en los blandos cojines de tus olas,
úngeme con tu amorosa espuma,
Yo te pagaré con amor.

Mar dilatado de bruñidas lontananzas,
mar de largo resuello convulsivo,
mar que eres la sal de la vida
y la tumba abierta siempre para todos;
mar delicado y caprichoso,
aullido y catapulta en las tormentas,
yo también soy como tú: único y plural.
También yo tengo flujos y reflujos,
también yo llevo en mis entrañas el odio y la paz,
y glorifico a los amigos
y a los que duermen abrazados.

Yo soy quien atestigua la simpatía.
(¿Haré solo el inventario de mis cosas y me olvidaré de la casa que las contiene?)

Yo no soy sólo el poeta de la bondad.
Soy el poeta de la iniquidad también.
Y no me averguenzo.
¿Qué alboroto es ése?
¿Quién discute sobre el vicio y la virtud?
Me empujan el mal
y el deseo de reformar el mal:
pero yo no me muevo.
¿Soy yo un inquisidor?
Yo no soy más que un hombre que riega las raíces de todo lo que crece.



En el canto 23 se aprecia algo de la antipoesía de Nicanor Parra:


XXIII

¡Oh, desenvolvimiento interminable del verbo al través de los mundos!
Mía es la palabra Humanidad,
una palabra vieja y moderna, forjada con el acero de la fe.
Que se cumpla esta palabra ahora o en los siglos venideros,
nada me importa.
Yo vivo en el tiempo absoluto.
Sólo el tiempo es perfecto, redondo, y todo lo completa.
Sí. Sólo esta maravilla desconcertante y mística del tiempo todo lo completa.
Acepto la realidad y no la discuto.
La materia me circunda y me absorbe.
¡Hurra por la ciencia positiva!
¡Vivan las demostraciones exactas!
Traedme coronas de cedro y de laurel.
Honrad esas cabezas:
la del químico,
la del geómetra,
la del gramático,
la del que descifra los viejos jeroglíficos,
la de los marinos que guiaron las naves por mares desconocidos y llenos de peligros,
la del geólogo,
la del que maneja el escalpelo
y la del que gobierna el microscopio.

Para vosotros los aplausos,
las medallas
y las graves dignidades.
Vuestros hechos
y vuestras conquistas
no son de mi dominio,
pero son útiles,
y por ellos entro yo en este mundo de la canción que es mi dominio.
Mis poemas no hablan de las propiedades singulares de las cosas,
hablan de la vida no catalogada,
de la libertad y del misterio.
No se ocupan de los neutros ni de los castrados,
exaltan al hombre y a la mujer bien organizados,
baten los tambores de la rebelión
y se unen a los fugitivos,
a los mártires y a los que conspiran.



En la poesía de Whitman persiste la unión de muchas imágenes o personajes a partir de un verbo o un concepto. Una sucesión de cosas, a veces tan miserables o sencillas o confinadas a lo "inmoral", a las que Whitman les asigna una estrella luminosa, los invita a su mesa... (Ej: Cantos 31, 19, 26, etc.):


XXXI

Creo que una hoja de hierba es tan perfecta como la jornada sideral de las estrellas, y una hormiga,
un grano de arena
y los huevos del abadejo
son perfectos también.
El sapo es una obra maestra de dios
y las zarzamoras podrían adornar los salones de la gloria.
El tendón más pequeño de mis manos averguenza a toda la maquinaria moderna,
una vaca paciendo con la cabeza doblada supera en belleza a todas las estatuas,
y un ratón es milagro suficiente para convertir a seis trillones de infieles.

Descubro que he asimilado
granito,
carbón,
musgo,
frutos,
semillas,
raíces…..
y que todo mi cuerpo está impregnado
de cuadrúpedos
y de pájaros.
He dejado allá lejos, por razones esenciales, las formas inferiores
pero puedo hacerlas volver a mi cuando quiera.
Y es inútil la violencia o la timidez,
inútil que las rocas plutónicas me lancen su fuego cuando me acerco,
inútil que el mastodonte recule y se esconda bajo el polvo de sus huesos,
inútil que el mar se hunda y los grandes monstruos se agazapen en el fondo del agua,
inútil que el águila se albergue en el picacho que rejonea a las estrellas,
inútil que se arrastre la serpiente entre las lianas y los troncos,
inútil que el antílope huya por las veredas escondidas del bosque,
inútil que las alcas de pico afilado naveguen hacia el norte lejano del Labrador…

yo lo sigo rápidamente y subo hasta el nido en lo abrupto del acantilado.


XIX

La mesa está puesta para el hombre.
Aquí está la carne para el apetito natural.
Siéntate.
Que se sienten todos:
el malvado
y el justo.
No desdeño a ninguno.
Que nadie se quede a la puerta.
La manceba,
el parásito
y el ladrón
están invitados;
y el negro cimarrón
y el sifilítico también.
No habrá diferencias
ni privilegios para nadie.
Que se sienten todos.

Esto es el apretón de una tímida mano,
el perfume natural de una cabellera desbordante,
el contacto de mis labios con los tuyos,
el jadeo de mi ansiedad,
el reflejo de mi cara en las alturas y en las profundidades insondables……..
es el deseo premeditado de mezclarme con todos…… y escaparme después.
¿Creéis que tengo algún propósito oculto?
Tal vez lo tenga
porque las lluvias de abril lo tienen
y la mica pegada en el costado de la roca lo tiene también.

¿Soy yo un asombro?
¿Es un asombro la luz del día?
¿Es un asombro la primera estrella roja que tiembla entre las ramas?
¿Asombro yo más que ellas?
Voy a decirte algo en secreto.
Es la hora de las grandes confidencias,
de decir grandes cosas al oído.
No se las diría a cualquiera,
pero a ti sí te las digo. Escucha:


XXVI

Y ahora no quiero sino escuchar.
Ensanchar este canto todo lo que oiga….
¡Que todos los ruidos del mundo se viertan en él!

Oigo
el bullicio de los pájaros,
el sordo rumor de la espiga que se levanta,
el cuchicheo de las llamas,
el chasquido de los leños que cuecen mi comida,
oigo el sonido que más amo: la voz del hombre,
gritos que marchan juntos,
que se mezclan,
que se funden,
que se disgregan…..
oigo los ruidos de la ciudad y del campo,
los ruidos del día y de la noche….
Muchachos que conversan con aquéllos que los aman,
la risa abierta de los trabajadores a la hora de la comida, la nota agria de la amistad deshecha,
los quejidos del moribundo…..
Oigo la voz del juez que pronuncia, con las manos agarradas a la mesa y los labios pálidos, una sentencia
 de muerte,
los gritos de los estibadores que descargan los barcos atracados al muelle,
el estribillo de los que levantan el ancla,
el tañido de la campana de alarma,
los gritos de ¡Fuego!
el zumbido y el estrépito de las máquinas y de los carros de bomberos, con sus luces de colores, que van pi-
 diendo paso;
oigo el silbato del tren que arrastra su carga pesada de vagones;
oigo la marcha lenta que suena al frente de unos soldados que caminan de dos en dos,
(van a hacer guardia ante un cadáver;
hay crespones negros en el asta de las banderas)

Oigo el violonchelo (es el lamento de un corazón adolescente),
oigo el cornetín que penetra agudo en mis oídos y retumba enloquecido en mis entrañas.

Oigo el coro –asisto a una gran ópera--,
ahí está el tenor, fuerte y joven como la creación.
La órbita flexible de su boca vierte sobre mí cataratas de gozo.
Oigo a la soprano. (¿Qué vale mi canción comparada con la suya?)
La orquesta me lleva en giros más amplios que los del planeta Urano,
y saca de mí entusiasmos que yo desconocía;
me levanta y me hace navegar desnudo por mares indolentes cuyas ondas acarician mi cuerpo.
Un granizo amargo y enemigo me azota y pierdo el aliento.
Me siento hundido en un baño dulce de morfina y mi garganta se anuda como si fueses a morir….

Al fin vuelvo otra vez a este enigma de los enigmas que llamamos el Ser.



Javier Farías Águila












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